Lo mismo para variar

Pronto serán las dos de la madrugada, y yo aquí escribiendo, debería estar acostado y dormido; debo dormir más temprano, levantarme por ejemplo a las seis de la mañana y estar listo para ir a trabajar, cuando mucho a las seis y cuarto, por aquello de los imprevistos, las condiciones del clima, el estado de ánimo y el tráfico.

Debo ser amable, saludar con educación a propios y extraños, sonreír gentilmente, no morder a la gente, ser agradecido.

Debo tomar el café sin azúcar, el toro por los cuernos, las cosas con calma.

He estado pensando en los atavíos imaginarios, las limitaciones que nos inventamos, esa pequeña parte de nosotros que silenciosamente conspira para el fracaso.

Tendríamos que liberarnos de las ideas preconcebidas, los prejuicios, las ataduras mentales, las camisas de fuerza emocionales.

Habría que profesar con el ejemplo, conceder el beneficio de la duda, abstenernos de lanzar la primera piedra, creer en las segundas oportunidades.

He estado pensando en mi malograda manía de escribir; los círculos que no alcanzo a cerrar; las puertas que no se quieren abrir, las ventanas que me invitan a saltar.

Debo romper la vara con la que mido, pulir el cristal con el que observo.

Quería dejar de escribir, pero ha estado lloviendo.

Debería estar acostado y dormido, tengo que levantarme mañana muy temprano para ir a trabajar, dejar que la lluvia siga su camino, pensar que nada ha sido en vano, salir en busca del futuro más brillante, estirarme todo lo que pueda para alcanzar mi felicidad, dar los pasos que sean necesarios para acercarme al amor y de algún modo, hacer todo distinto, aunque sea lo mismo, para variar.

Supongamos que estoy dormido.