Luz y sombra Equinoccio de primavera

Sólo dos veces al año: el 20-21 de marzo y el 22-23 de septiembre la duración del día es igual a la de la noche. Este evento conocido como equinoccio de primavera o de otoño ha tenido gran importancia para diferentes culturas y áreas de conocimiento, tanto por su carácter científico como mítico.

Equinoccio proviene del latín euqus: igual y nox: noche. Durante este fenómeno el Sol hace un recorrido eclíptico sobre la Tierra, cruza el Ecuador y pasa del hemisferio sur al norte, dando lugar a este evento en el cual el día y la noche son iguales en todo el mundo, con una duración de 12 horas cada uno.

Aquí, en la Península de Yucatán, a 120 Km. al oeste de Mérida, se alzan las imponentes ruinas de la ciudad prehispánica de Chichén-Itzá (“boca del pozo de los itzaes”), sitio donde, desde el siglo IV hasta el XVI de la era cristiana, floreció la más brillante civilización del Nuevo Mundo, la Maya.

Cientos de turistas las visitan a diario atraídos por su enigmática belleza; pero en los días precisos de los equinoccios el número de visitantes aumenta de manera impresionante, entre 40.000 y 60.000 personas, debido a que en la Pirámide de Kukulkán (también conocida como “El Castillo”), uno de sus principales templos, se puede observar un efecto de luz y sombra producido por la orientación astronómica de su estructura, asombrando y conmoviendo a cada espectador que haya tenido la oportunidad de vivirlo. Y es que esta cultura llegó a una precisión tan exacta, basándose en sus conocimientos de astronomía, matemáticas, cronología, geometría y religión, que construyó este templo de tal forma que en esos días, el sol forma seis triángulos de sombra y siete de luz en las escaleras logrando la ilusión óptica de ver deslizarse una gigantesca serpiente.

Este fenómeno dio lugar a la leyenda de que un dios llamado Kukulcán, cuya representación es una serpiente, bajaba cada año a fecundar a la tierra, ser femenino, anunciando un nuevo ciclo de vida: la Primavera, ofreciendo a los mayas la posibilidad de una nueva siembra productiva y percibiendo también cambios positivos en la naturaleza y en el estado de ánimo. El equinoccio de otoño es precisamente el momento de la cosecha, el fruto obtenido de la tierra.

Estas concepciones se han ido transmitiendo de generación en generación atribuyendo a los principales elementos de la naturaleza, como lo son el agua, la tierra, el aire y el sol, la característica de ser generadores de vida, por lo que desde entonces se les ha rendido tributo.

En esas fechas se pueden observar fenómenos arqueoastronómicos similares en muchas zonas prehispánicas de la Península: en el centro arqueológico de Mayapán (1200 a 1550 d.C.) se aprecia la serpiente descendiendo por la pirámide; en Dzibichaltún (1000 a.C al 1600 d.C), se puede ver al sol posarse en la puerta principal del Templo de las Siete Muñecas; en Chen-Hó (250 a.C.-300 d.C.) se produce el juego de luz y sombra; también en Uxmal (250-900 d.C.), en el Palacio del Gobernador y el Palomar.

Cada año, miles de personas acuden a los centros ceremoniales prehispánicos para continuar con sus rituales. Para muchos la llegada de la primavera significa un momento para purificarse y absorber lo positivo, desechar lo negativo y llenarse de la energía del sol.