Diego Rivera El gran ilustrador de la historia de México

Hablar de arte mexicano nos remonta siempre a la época dorada del inicio del siglo XX, cuando el mundo se encontraba en pleno desarrollo industrial y los principios de la modernidad mostraban un camino lleno de esperanzas y nuevas tecnologías para la humanidad.

El inicio del siglo XX se proyectó con grandes cambios en las urbes europeas en donde pensadores, filósofos, científicos, y artistas, también se encontraban con la finalidad de proponer soluciones que desafiaban las capacidades del hombre en cuanto a que éste quería ser reemplazado por máquinas que redujeran los costos de la mano de obra y que beneficiaban al sector industrial con producciones masivas que ya no requerían del intelecto, panorama que propició el beneficio de unos cuantos, generando cada vez más una división palpable entre la clase obrera y la clase burguesa. De esta forma, si nos ubicamos en el tiempo, encontramos como consecuencia una clase proletaria inconforme que, siendo a su vez la mayoría, desencadenó una serie de movimientos sociales que buscaban ideales como la “Libertad e Igualdad” y posteriormente, con la Revolución francesa, se proclamó la “Fraternidad”, mismos ideales que solo podrían ser alcanzados con una revolución.

En México, el panorama no era diferente, pero entrando en el terreno de lo local, nos encontramos con una población reprimida bajo el régimen imperialista del porfiriato que pretendía seguir los modelos europeos de repartición de la riqueza dentro de la clase burguesa más acomodada donde la desigualdad social, la inexistencia de libertad política, el despojo de las tierras a los campesinos, el analfabetismo, y las bajas condiciones laborales, propiciaron un levantamiento que generó la Revolución mexicana en 1910.

Como es bien sabido, cada movimiento social ha sido encabezado por pensadores y activistas sociales que luchan por los ideales del bien común, y el arte como medio de expresión ha sido una herramienta de resistencia y demanda que persigue ideales que favorezcan al crecimiento y esparcimiento sano de las sociedades. Es así que en México se generó un movimiento artístico denominado “muralismo mexicano” que reforzaba la idea de beneficiar al pueblo y fomentaba la revolución.

Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, más conocido como Diego Rivera, nacido el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato, es considerado el máximo representante de la Escuela Muralista mexicana, siendo el portavoz de los oprimidos, de los indígenas y el gran ilustrador de la historia de México.

Tras iniciados sus estudios en la Academia de San Carlos, Rivera viaja a París, que en ese momento se proclamaba como la capital del arte en Europa, y en donde se reunían poetas, filósofos y artistas que buscaban generar un movimiento de vanguardia en respuesta a las problemáticas sociales del momento.

Algunos de sus colegas artistas fueron el pintor italiano Amedeo Modigliani, quien pintó su retrato en 1914, y el escritor y periodista soviético Ilya Ehrenburg, con quien se familiarizó con las ideologías marxistas que desde su perspectiva proponían una solución a las desigualdades sociales que también se vivían en México. Ahí conoció también a Pablo Picasso, que junto con el francés George Braque comenzaban a proponer una de las primeras vanguardias artísticas que posteriormente se conoció como Cubismo.

A su regreso en México y mediante la pintura mural proclamaba ideas de libertad e igualdad que servían a los ideales revolucionarios. Es importante en este punto hacer mención a la función educativa que el movimiento muralista representó para un pueblo casi analfabeto en donde las imágenes transmitían los ideales de un estado libre y soberano.

En colaboración con otros artistas destacados mexicanos como el propio Siqueiros y Orozco, fundó el sindicato de pintores del que surgiría el movimiento muralista mexicano, de profunda raíz indigenista.

Sobre la visión política del pueblo mexicano

Durante la década de los años 20 recibió numerosos encargos del gobierno de su país para realizar grandes composiciones murales en edificios públicos como el Palacio de Cortés en Cuernavaca, Palacio Nacional y Palacio de las Bellas Artes de Ciudad de México, Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo. Rivera abandonó las corrientes artísticas del momento para crear un estilo nacional que reflejara la historia del pueblo mexicano, desde la época precolombina hasta la Revolución, con escenas de un realismo vigoroso y popular, y de colores vivos. En este sentido, son famosas las escenas que evocan la presencia de Hernán Cortés en tierras mexicanas, la llegada del conquistador a las costas de Veracruz, o su encuentro en Tenochtitlán con el soberano azteca Moctezuma II. Entre 1930 y 1934, fue llamado a realizar importantes obras monumentales en la Escuela de Bellas Artes de San Francisco, Instituto de Bellas Artes de Detroit y del Rockefeller Center de Nueva York, destruido después por contener un retrato de Lenin y que posteriormente lo reprodujo en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México.

Diego Rivera, como artista prolífero que fue, dejó plasmada en su obra monumental imágenes que ilustraron e impulsaron a la clase obrera a dignificar el trabajo de los campesinos que luchaban en ese entonces por una igualdad social.

Ubicado en el segundo nivel del Patio de Fiestas, este mural refleja el inicio de la lucha obrera a la que se incorporan los campesinos para combatir juntos por sus derechos y garantías; una sociedad organizada que reconoce que la unión será la fuerza para obtener y conservar la libertad, justicia e igualdad.

En el centro de esta obra destaca Frida Kahlo haciendo la entrega de armas. Asimismo, se pueden observar personajes reconocidos por su militancia en el Partido Comunista Mexicano, como David Alfaro Siqueiros, Tina Modotti, Julio Antonio Mella, Vittorio Vidali y José Guadalupe Rodríguez. (1)

Su pintura de pequeño y mediano formato mostraban con orgullo las raíces del pueblo mexicano, las diferentes labores y oficios así como también simbolizaba las desigualdades sociales; crítico del sistema capitalista, retomaba temáticas de la vida cotidiana de un México mestizo que mostraban la belleza de una cultura fuerte en identidad.

Podemos decir que parte de la identidad del México moderno se reforzó gracias a la labor de los artistas del momento, siendo Diego Rivera un representante no solo del arte si no de la sociedad mexicana que se dio a conocer en el extranjero.

Para finales de la década de 1940, Diego Rivera no sólo era el fundador más reconocido de la Escuela Mexicana de Pintura y el artista mexicano de mayor fama internacional, sino que se le consideraba un auténtico héroe nacional en el terreno de la cultura.

“Diego Rivera es, en esencia, una gran presencia americana, de una calidad fiel y hermosa tradición que nace con la Independencia. En nuestro pueblo, el impulso de libertad intelectual, unido al ímpetu de liberación política… nuestros pueblos tuvieron, desde los orígenes de su insurgencia, quienes los defendiesen desde el campo letrado, de espantables turbulencias y de codicias extrañas. No hay arte en Hispanoamérica si no está unido a nuestro proceso liberador. La tarea central de nuestras tierras ha tenido siempre a su servicio el destacamento de los creadores. Lo tuvimos cuando la Independencia; después cuando fue necesario pelear contra los colonialistas, filtrados en la entraña de nuestras sociedades. Y ahora, en estos tiempos grandes y duros, la tarea céntrica de nuestros pueblos es la de su liberación económica, tarea en la que ha trabajado bravamente Diego Rivera. Solo quien como él la haya servido, cumple su fin más alto y reivindica para el artista la más difícil y firme grandeza. Dejan de ser valores profesionales para ser grandes hombres de su tiempo.

Todavía nos ofrece Diego Rivera una lección más importante. La de que la altura en la calidad específica de la obra de arte viene de la anchura de sus motivos. El artista es, en definitiva, porción del grupo en el que se mueve, y robustece su calidad en la medida en que responde a lo que su grupo le encarga. Por ello este aniversario de Diego Rivera nos ha llegado a todos, por ello nuestra América le debe gratitud y devoción.

Diego Rivera nos ha dado la síntesis ardua de su México, en que hay tanto de la carrera común de nuestras tierras. Al señalarle ahora su merecimiento y su maestría, estamos señalando su ejemplaridad mexicana. Nuestro homenaje va hacia el gran pintor, hacia el trabajador infatigable y victorioso, pero también al tipo de creación que ejemplifica soberanamente.” (2)

Por: Daniela Jáuregui

Etiquetas: Edición 123