Soy el mejor de mi clase

Como padres es una alegría saber que nuestros hijos son buenos en una actividad/ materia. Llegan a casa con la felicitación del maestro, y sabemos que fue un día bueno, productivo y entramos en una atmósfera de tranquilidad y gran orgullo de tener un hijo inteligente y capaz de hacer y lograr lo que se le pide.

Qué alegría grande para el maestro saber que nuestros alumnos aprenden y crecen en sus saberes. También una satisfacción para los docentes es ver plasmado el aprender a modo de sabiduría en ellos y reafirmar que esta profesión elegida da sus frutos.

Pero por sobre todo es lindo para los propios niños y jóvenes escuchar que el maestro y los padres los felicitan, hasta incluso los premian por sus logros. Por haber sacado buenas calificaciones, por haberse superado, por “portarse bien”, por seguir instrucciones...

Como terapeuta, me da mucha satisfacción ver estos tres pilares PADRES, MAESTROS y ALUMNOS felices, sin embargo, al escuchar al niño decir frases como “soy el mejor”, “siempre lo haga bien”, “soy el primero”, “siempre hago las cosas perfecto”, “nadie puede hacerlo como yo”, entro en alarma.

Y me cuestiono:

¿De dónde vienen estas frases? ¿Las escuchó en la escuela... en la casa... las repite de otro compañero...?

¿Quién se las dice? ¿Un adulto o un par de su edad... y si es de un amigo/compañero, de dónde provienen realmente...?

¿Por qué las usan? ¿Para sentirse bien y orgullosos de sí mismos... para complacer a alguien...?

¿Con qué objetivo? ¿Autofelicitarse... presumir ante otro (padres, maestro, compañero), buscar algún tipo de compensación o aprobación, al decir esto en voz alta...?

Son muchas las preguntas que vienen a mi mente, y mi gran temor radica en creer que estas frases en nada contribuyen a nuestros niños y jóvenes, al contrario generan altas expectativas y no los prepara para situaciones de fracaso en donde la frustración puede ser enorme.

Y si no pueden manejar la frustración, podrían caer en berrinches, enojos, molestias, inseguridades, depresión, llevando su autoestima a un nivel muy bajo. ¿Qué tipo de autoconcepto tendrían?, ¿cómo lograrán forjar una personalidad apta para enfrentarse a los retos de su día a día?

Y ante esto, lamentablemente, los niños y jóvenes entran en un funcionamiento en donde necesitan esa palabra y frase para actuar. Es su disparador y meta para sentirse seguros, para saber que son buenos y valorados.

Ahora, ¿qué sucede cuando no escuchan esto? Sus crisis podrían ser grandes, ya que inmediatamente siguen preguntas como: ¿en qué fallé?, ¿qué hice mal?, ¿por qué esta vez no soy el mejor?, ¿qué tengo que hacer para lograrlo?, ¿cómo cambiar para que vuelva a escuchar las frases alentadoras?

Mis miedos como terapeuta siguen, porque me cuestiono qué está dispuesto a hacer un niño o joven por conseguir estas frases/premios. En su mente se crea una presión enorme.

Me gusta cuando nuestros pequeños y muchachitos llegan orgullosos a nuestro espacio contando que les fue bien, que los felicitaron en la escuela o en casa. Pero siempre en su justa medida, sin usar frases exageradas o que llevan una connotación demasiado exigente.

El poder de la palabra es sumamente fuerte. Y ya que están en este proceso de crecimiento en valores, debemos ser cautelosos en las formas de dirigirnos y de alentarlos; siempre tener presente qué virtudes queremos transmitirles y destacar.

Está excelente resaltar sus habilidades, pero debemos cuidar el cómo lo hacemos, Si marcamos demasiado su potencial, generamos mucha presión.

¿Qué sucedería si hoy esa habilidad está y mañana ya no? Supongamos que por algún motivo la pierde o simplemente llega otra persona con esa misma habilidad, pero es mayor...

Es tan relativo ser el mejor. Pero eso lo sabemos nosotros los adultos. Nuestros alumnos escuchan y repiten frases y modelos. Y buscan complacer a los grandes y complacerse ante el grupo de pares.

Entonces es importante remarcar la habilidad pero los adultos debemos reformularnos, el cómo lo hacemos, y para qué. Si buscamos “premiar sus logros” podemos usar frases como gran trabajo, hoy lo hiciste muy bien, gran esfuerzo el de hoy, cada día te sale un poco mejor, felicitaciones.

Pero ¿qué pasa con los premios materiales? Estamos sacando de foco el verdadero valor de lo obtenido. Si obtuve una buena nota es porque aprendí algo... ¿Qué aprendí, qué me enseñó, para qué lo usaré en la vida? La mirada debe estar puesta en la satisfacción de conseguir lo que me propuse.

Ahora, si voy a estar focalizado en obtener el regalo, la motivación para aprender y superarnos desaparece, y la conducta consecuente ante la falta de premio ¿cuál sería? Aparece el caos en él/ella y a nivel familiar. El incentivo desapareció, ya nada tiene sentido... Como padres debemos ser cautos, y enseñar el verdadero valor de las cosas.

Entonces adultos les propongo sentarnos, pensar cuáles son los valores que queremos enseñar, que hagamos foco en lo que queremos para los niños y jóvenes de hoy, y hacer una lista con palabras bonitas, de elogios alentadores, y el premio puede existir alguna vez. Sentarnos con nuestros hijos y alumnos y resaltar sus virtudes de una manera discreta a modo de reconocerlas y remarcar que ese potencial tiene una consecuencia positiva en mí y en otro.

Busquemos que nuestros hijos y alumnos brillen para su futuro y también para que ese brillo se esparza y sea benéfico para sí mismo y para los demás.

Virtudes que le permitirán una convivencia sana y amable consigo mismo y con el otro.

Facebook: Otra Mirada - Playa del Carmen

Instagram: otramirada.mx Tel: (984) 116 6772

Por: Natalia A. Alioto

Lic. en Educación Especial

Etiquetas: Edición 110