Los peligros de dejar llorar a los niños hasta el agotamiento

Dejar “llorar a los bebés hasta que se cansen” es una idea que ha estado entre nosotros por lo menos desde 1880. En ese año el campo de la medicina estaba completamente revolucionado con el descubrimiento de los gérmenes y la transmisión de infecciones, y surgió la idea de que los bebés debían ser tocados lo menos posible.

En el siglo XX, el conductista John Watson, presidente de la American Psychological Association, interesado en convertir la psicología en una ciencia sólida, tomó a su cargo la cruzada “contra el afecto”. Aplicó el paradigma mecánico del conductismo a la crianza de los hijos, alertando sobre los peligros de demasiado amor materno. En ese siglo se asumió que los “hombres de ciencia” sabían mucho más que las madres, abuelas y familias sobre cómo criar a un hijo. Demasiada bondad con el bebé daba como resultado un ser humano quejoso, dependiente y fallido.

Según ese punto de vista, que ignora completamente el desarrollo humano, “el niño debía aprender a ser independiente”. Podemos confirmar ahora que forzar la “independencia” del niño conduce a una mayor dependencia. Es más probable que fomente un niño quejumbroso, infeliz, agresivo y/o demandante, un niño que ha aprendido que se debe gritar para que atiendan sus necesidades. Es muy posible que durante toda su vida conserve una profunda sensación de inseguridad.

Los hechos muestran que los cuidadores que habitualmente responden a las necesidades del bebé antes de que entre en distrés (angustia aguda) evitando que llore, tendrán más posibilidades de tener hijos independientes que haciendo lo contrario.

En estudios realizados con ratas muy atentas o poco atentas con sus crías, existe un periodo crítico en el que se activan determinados genes que controlan la ansiedad durante el resto de la vida. En los diez primeros días de vida de la cría con una madre (rata) poco atenta (el equivalente a los primeros seis meses de vida humana), el gen nunca se activa y la cría se mostrará ansiosa frente a las nuevas situaciones por el resto de su vida, salvo que se le administren drogas para aliviar esta ansiedad. Estas investigaciones muestran que hay cientos de genes afectados por esta falta de atención y cuidados. Deberíamos entender a la madre y al niño como una díada de respuesta mutua. Son una unidad simbiótica que hace al otro más sano y más feliz en esta mutua atención.

Una extraña idea popular es la de dejar a los bebés que lloren cuando están solos, aislados en cunas u otros artefactos. Esto proviene de un mal entendimiento del niño y del desarrollo del cerebro.

  • Los niños crecen al ser abrazados. Sus cuerpos no se regulan bien cuando son físicamente separados de sus cuidadores.Los bebés indican sus necesidades a través de gestos y en ocasiones, si es necesario, llorando; y al igual que los adultos se calman cuando se satisface su necesidad.
  • Existen muchos efectos a largo plazo de la falta de cuidado y la negligencia al atender las necesidades de los bebés.

¿Qué es lo que “dejarlo llorar” produce realmente al bebé y a la díada?

Las neuronas mueren. Cuando el bebé está estresado, se libera cortisol, una hormona tóxica que asesina neuronas. Un bebé a término (40-42 semanas), con sólo un 25% de su cerebro desarrollado, experimenta un rápido crecimiento cerebral. El cerebro crecerá hasta una media de tres veces más al final del primer año. ¿Quién sabe qué neuronas no están siendo conectadas o cuáles están siendo eliminadas durante el tiempo de estrés máximo? ¿Qué déficits podrían mostrarse años más tarde tras sufrir experiencias de distrés habituales?

En esta situación la autorregulación del niño también queda menoscabada. El bebé es absolutamente dependiente de los cuidadores para aprender a autorregularse. El cuidado receptivo (cubrir las necesidades del niño antes de que entre en distrés) va sintonizando con el estado de calma en el cuerpo y en el cerebro. Cuando se asusta y sus padres le abrazan y confortan, el bebé está construyendo su expectativa de ser calmado, la cual se integra dentro de su habilidad de autoconfortarse. Si se les deja llorar solos, aprenden a “cerrarse” frente a situaciones de distrés prolongado y dejan de crecer, dejan de sentir y de confiar.

El primer año de vida es un periodo sensible para establecer el sentido de confianza en el mundo, el mundo de quien nos cuida y el mundo del ser propio. Cuando sus necesidades son satisfechas sin distrés, aprende que el mundo es un lugar digno de confianza, que las relaciones sirven de apoyo y que el propio ser es una entidad positiva que puede conseguir que sus necesidades sean satisfechas. Cuando sus necesidades son descartadas o ignoradas, el niño desarrolla un sentido de falta de confianza en las relaciones y en el mundo. Y la autoconfianza se ve menoscabada. Podría pasar el resto de su vida intentando llenar ese vacío interior.

El enfoque de “dejarles llorar” parece haber surgido tras la disolución de la vida en familias extensas a lo largo del siglo XX. La gran sabiduría de las abuelas se perdió en la distancia existente entre los hogares con niños y los hogares donde vivían las mujeres con más experiencia. La sabiduría de mantener a los niños felices se dejó perder entre generaciones.