Punto de quiebre

Los días van y vienen, a veces también voy con ellos.
Cada día es una batalla contínua y silenciosa conmigo mismo; me impongo tareas, hábitos, rutinas, para que la mente esté ocupada y el ocio se mantenga a raya.
El estado de ánimo es como el clima, a veces amanece soleado y otras veces nublado y llueve, y las gotas de lluvia se deslizan lentamente por la ventana.
Las noches, por lo general, son más largas.
El tiempo, ese fascinante artificio, es un concepto que experimento a diario en distintas formas. El pasado sigue siendo una historia que cada vez que la recuerdo sufre ligeros cambios. El futuro es un cuento fantástico o una novela dramática depediendo de las circunstancias climatológicas. El presente, es aquí y ahora, ni antes, ni después, ni más ni menos y si parpadeas, desaparece.
Estoy bien, nunca me ha faltado un plato de comida, y tengo un techo para pasar la noche, que a menudo observo.
Hacer un corte de caja y evaluar las decisiones tomadas es algo inevitable, pero intento no ser un juez implacable a la hora de emitir una sentencia.
Mi mundo empieza en la palma de mi mano, es cierto, y gira en torno a una idea y algunas personas, a las cuales me unen lazos de sangre e hilos rojos; todo lo demás no es indispensable. Quizá me he vuelto un tanto ermitaño, más de lo habitual y también un poco más escéptico e incrédulo; pero, qué otra cosa se puede hacer cuando experimentas la transición de una torre, cuando alcanzas otro punto de quiebre.
Comienza otro año, trescientos sesenta y cinco días para empezar de nuevo, quinientos veinticinco mil seiscientos minutos para cambiarlo todo.
Por: Miguel Ángel García García
@letrasypalabras
Etiquetas: Edición 136