El largo viaje
La vida es muy corta, he escuchado y leído esa frase cualquier número de veces, como quien lee un letrero en la vía pública sin prestarle atención, pero ahora que estoy en la mediana edad y que el tiempo adquiere mayor relevancia, debo admitir que en gran parte es cierto, la vida es muy corta por ejemplo para que cicatrice una herida profunda a la altura del corazón o del alma, para perdonar a quien propició ese tipo de herida y para olvidar una agresión de esa naturaleza. La vida es muy corta para desperdiciarla, pero aunque estoy cierto de su brevedad también estoy convencido de que es un largo viaje.
Recuerdo algunos días de mi infancia, cuando no tenía la más mínima noción del tiempo y la vida transcurría atemporalmente; recuerdo con más nitidez los días de mi adolescencia, cuando todo se veía muy lejano e interminable, cuando esperar cualquier fracción de tiempo me resultaba eterno; la travesía de la juventud es como una cuesta hacia arriba y el concepto de tiempo entonces es muy largo y lento.
Un día me levanto y me doy cuenta de que el tiempo ha pasado demasiado rápido, me lo dicen las calles de lugares en donde estuve y han cambiado tanto, me lo dicen los amigos que dejé de frecuentar y he vuelto a encontrarme, me lo dicen también las canciones que siempre escucho y han pasado de moda, los álbumes de fotografías que han empezado a tomar una tonalidad de color sepia, todos mis otros yo y todo lo que escribí en medio de tormentas que ya no siento.
Sucede que damos por sentado que cumpliremos nuestra esperanza de vida y es hasta cierta edad que tomamos conciencia de que ésta puede ser apagada o arrebatada abruptamente.
No se puede vivir cada día como si fuera el último, pero sí se puede tener conciencia de que el viaje puede terminar en cualquier momento y en consecuencia tratar de dar la mejor versión de uno mismo, hablar en lugar de callar, hacer y dejar de postergar, dar un abrazo, decir un te quiero al oído.
La vida es un largo viaje, hecho a la medida y diseñado especialmente para cada uno de nosotros, todos somos pasajeros en un viaje donde lo más importante no es el destino, sino el recorrido, las relaciones con las personas que se cruzarán en nuestro camino, nuestra experiencia con el amor y las diversas lecciones implícitas en la travesía.
Cuando me pregunten por la vida diré que no era como la esperaba, pero que valió la pena, y si me dieran otra oportunidad, lo haría de nuevo.