Un plan perfectamente improvisado
Dicen que lo mejor de la vida no se planea, que simplemente sucede, y en parte es cierto; a menudo suceden cosas positivas sin que uno lo haya planeado, como por ejemplo estar en el lugar y el momento adecuados, ganarse un premio, reencontrarse con un gran amor o coincidir con un viejo amigo; este tipo de eventos no pueden planearse, en efecto son fascinantes pero creo que distan de ser lo mejor de la vida. También dicen que todo lo planeado sale mal y que lo inesperado es mejor, pero tampoco creo esa premisa; la muerte, la enfermedad y los accidentes son inesperados y no son lo mejor, sino todo lo contrario.
Siempre he defendido la planeación por encima del azar, la incertidumbre y el caos; es que uno no puede conformarse y esperar a que las cosas sucedan azarosa o espontáneamente, no se puede vivir en la pasividad, ni en la zozobra ni el desorden; es preciso plantearse objetivos, desarrollar estrategias, elaborar un plan. Los planes sirven para alcanzar metas, perseguir sueños y hacerlos realidad; tener un plan implica claridad, agudeza y enfoque, ceñirse a un plan ocupa constancia, perseverancia, disciplina y fuerza de voluntad.
“Salir de casa, terminar los estudios, dejar de sentirse pequeño, dejar de ser las expectativas de los padres, superar la inseguridad y el miedo; ganar confianza, tener una ocupación, aceptarse, seguir estudiando, dominar un área del conocimiento; practicar un deporte que te apasione, tener el cuerpo que siempre has deseado; ser jefe, volverse propietario, adquirir una casa, comprar un auto, ahorrar; buscar al amor y encontrarlo, enamorarse profundamente y ser correspondido; guardar al amor en una caja, sacarlo de la caja y plantarlo en la tierra negra, fresca y húmeda de un jardín de flores; formar una familia, sumar, multiplicarse; abrir un negocio, invertir y gozar de los réditos; aceptar el reflejo en el espejo, aprender por placer, salir de uno mismo, salir de viaje; envejecer con dignidad y volverse obsoleto con estilo”.
Salvo algunas variaciones de género, nacionalidad, edad, personalidad y religión, éste podría ser un plan ideal para cualquiera, pero generalmente las cosas no suceden de esa manera ni mucho menos en ese orden.
A lo largo del camino uno se equivoca, se tropieza, se estrella y se rompe; a veces nos ponen el pie o nos empujan deliberadamente; el amor no siempre triunfa y sucumbe; no se logra tener confianza; los recursos no alcanzan y se vive al día; en ocasiones se cae en desgracia, se pierden el empleo, el rumbo, el ánimo, el interés, un ser querido, el respeto, la confianza o la dignidad; entonces hay que volver a la salida o retroceder varias casillas y nos invaden ideas retrogradas y autocompasivas en donde el tiempo transcurre muy despacio y se corre el riesgo de perder la identidad además de valiosos años.
No hay nada malo en tener un plan, al contrario, pero hay que estar conscientes de que no se tiene el control de nada más que nuestra voluntad, que hay variantes que pueden cambiarlo todo y que es válido reestructurar el plan original e incluso elaborar uno completamente nuevo; porque a fin de cuentas elaborar un plan es como fijar el curso de un navío.
Escribí un mensaje para mí, para cuando me extravíe, por si me desconozco, para cuando me olvide. Soy un hombre con un plan bajo el brazo, un plan perfectamente improvisado. No estoy listo, estoy preparado.