Leyenda del Xoloitzcuintle, el guía de las almas al inframundo
Para cruzar al Mictlán las almas de los muertos debían atravesar un río para llegar, ayudados de un Xoloitzcuintle. Sin embargo, si en vida tratabas mal a un perro, no contarías con su ayuda.
Antiguamente, para los mexicas y otros pueblos originarios de México, la muerte se consideraba el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos o inframundo.
La travesía al inframundo duraba cuatro días, para llegar ante Mictlantecuhtli (El Señor de los muertos) a quien le realizaban ofrendas.
La primera de ellas era el Apanohuaia (lugar en que habita el perro). En esta zona los muertos debían cruzar el río Apanohuacalhuia. Para atravesar este caudaloso río era necesaria la ayuda de un perro Xoloitzcuintle, el cual tenía como misión descubrir si el difunto era digno para ayudarle. En caso de no ser digno, el muerto quedaba vagando como sombra, alrededor de sus orillas, porque en vida había maltratado a algún perro.
Por esa razón, en los entierros prehispánicos se acostumbraba sepultar a los muertos en compañía de su perro o xoloitzcuintle, para que éste los ayudara en su viaje. Además, se solía colocar una figura de un perro o xoloitzcuintle en la ofrenda de muertos.
Al respecto, te compartimos una leyenda sobre la importancia y significado del perro en el altar de muertos.
El siguiente relato forma parte del libro ‘Muerte a filo de obsidiana. Los nahuas frente a la muerte’, del arqueólogo e investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eduardo Matos Moctezuma.
“Mi madre estaba ya anciana, tenía como 70 años cuando murió. Le dimos todos los servicios y la teníamos en el ataúd cuando empezó a respirar y despertó echando espuma por nariz y boca.
Le atendimos cuando pidió café y un cigarro. Luego platicó que sintió cómo se desprendió el cuerpo y fue con su misma figura rumbo a un río muy grande con aguas revueltas y terrosas.
Ahí estaba el perro que había muchas veces corrido de su casa, flaco y hambriento. El perro la miró despectivamente y no se movió: ‘Perro –le dijo-, llévame al otro lado porque estoy muerta’.
El perro la miró despectivamente y le dijo: ‘¿Quieres que te lleve al otro lado? ¿Acaso me diste comida, agua, dulces? ¿No me pateabas, me bañabas con agua caliente de tu ropa sucia? ¿Qué te hacía para que en vida te portaras tan mal conmigo?
No te puedo llevar, fuiste mala conmigo, te quedas a vagar por ahí en tu barrio, a caminar por las chinampas, alma en pena serás’.
Entonces mi madre respiró profundo y volteó para atrás, su cuerpo se enfriaba, pero aún le llegaba el olor del café y de los tamales, y pensó: ‘Si huelo el café y los tamales es porque soy ánima, pero si el perro no me pasa y mi cuerpo se enfría seré un cuerpo en pena y mis familiares se disgustarán’.
Entonces se revolcó en la tierra y vio a Jesucristo y a San Andresito y en eso estaba cuando despertó con mucha espuma. Luego nos dijo ‘No maltraten a los perros, porque los necesitarán’. Por eso en Mixquic (sic) hay tantos perros”.
Otra fuente son las narraciones de Fray Bernardino de Sahagún quien escribió lo siguiente:
“Hacían al difunto llevar consigo un perrito de color bermejo, y al pescuezo le ponían hilo flojo de algodón”.
El Mictlán o lugar de los muertos, era un lugar oscuro y cavernoso, el nivel inferior de la tierra de los muertos, un camino largo en el que no se distinguían las clases sociales.
Algunas evidencias arqueológicas se encuentran en la Ciudad de Teotihuacán, donde era costumbre acompañar a los muertos con un perro que se había sacrificado. Los restos más antiguos se remontan al año 3550 a.C. en la Cueva del Tecolote en Huapalcalco Hidalgo, con las figuras de arcillas que se encontraron.
Además, en Tlatilco, se encontraron restos óseos de perros en 17 entierros de personas e incluso fueron hallados los entierros específicos de tres perros.
Asimismo, la cultura Maya también tuvo esta creencia por las evidencias en los sitios arqueológicos de Altún Ha, Uaxactún, Cozumel y Mayapán.
Fuente: neomexicanismos.com
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