Brevísima historia de Playa del Carmen a 119 años de su fundación

La primera referencia de Playa del Carmen data del 14 de noviembre de 1902. Es en una carta con dicha fecha que el gerente de la compañía chiclera “Colonizadora de Oriente Peninsular”, el Sr. Ángel Rivas, dirige al gobernador de Yucatán don Olegario Molina, donde entre otros reportes le informa que, como parte de las actividades de extracción de la resina y para dar salida a la producción del chicle de la zona al sur de Puerto Morelos, sus trabajadores abrieron un camino hacia una playa a la que le pusieron “Del Carmen”.

Desde entonces comenzó un lento poblamiento de este lugar. Primero fueron algunos de los mismos chicleros, quienes decidían esperar la siguiente temporada de chicle en el emergente poblado costero en lugar de regresar a su lugar de origen. El líder de aquella incipiente comunidad se llamaba José Quiam Chan y su esposa era Juanita López, el procedía de Chan Santa Cruz, hoy ciudad de Felipe Carrillo Puerto, aunque existen datos que indican que muy posiblemente sería originario de alguna parte de lo que hoy es el país de Belice.

Antes de la fecha mencionada, Playa del Carmen se llamó Xaman Há, término maya que quiere decir “agua del norte”. Esta fue una ciudad con bastante actividad marítima, especialmente como puerto de embarque a la isla de Cozumel, principal lugar de culto a Ixchel, diosa de la luna, de la medicina y especialmente de la fertilidad, motivo por el cual importantes caravanas con damas principales del mundo maya llegaban a este lugar para de aquí transportarse en canoas hacia Cozumel, llevándole ofrendas a la diosa mayor, para pedirle o agradecerle la fertilidad para concebir hijos bien nacidos que continuaran sus estirpes.

Así fue la primera época en la “vida turística” de este lugar, hasta la llegada de los europeos, siendo dos célebres náufragos españoles, Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar, los primeros en arribar a estas tierras en el año de 1511; se cree estuvieron algún tiempo en Xaman Há antes de seguir cada uno con su histórico destino.

Ocho años después, de manera fugaz llegaron más españoles con Hernán Cortés al mando, llevándose de paso a Jerónimo de Aguilar como primer traductor en su aventura. Luego, en 1527 otro grupo de españoles comandados por Francisco de Montejo, bautizaron este lugar como Salamanca de Xaman Há, abandonándolo al poco tiempo al no encontrar oro o algo que valiera la pena saquear. Por tal motivo, desde entonces Xaman Há, al igual que toda la costa nororiental de lo que hoy es Quintana Roo, con algunas eventuales excepciones, quedó catalogado históricamente como “despoblado”, hasta la llegada de los chicleros en noviembre de 1902.

En 1918, el reconocido arqueólogo Silvanus Morley pasó navegando estas costas en uno de sus viajes, venía acompañado del Dr. Thomas Gann, quien era ministro de Salud en Belice. Por cuestión de suministro bajaron en lancha a Playa del Carmen, y cuenta el Dr. Gann que “las casas, alrededor de una docena, se encontraban sobre una elevación, a unos cuantos cientos de yardas de la playa, eran del tipo maya usual, paredes de palo y techo de hoja de palma, con un suelo apisonado sobre el que niños, cerdos, perros y aves, se mezclaban indistintamente”.

En el censo de 1921 a Playa del Carmen se le reconoce como “montería chiclera” y se le asignaban 60 habitantes, aunque en esos tiempos la población fluctuaba mucho; por ejemplo, en 1930 sólo había 25 pobladores: 14 hombres y 11 mujeres. En 1928, los habitantes de Playa del Carmen solicitaron al gobierno federal la dotación de tierras ejidales; en 1937 se otorgaron a 54 campesinos playenses 22,680 hectáreas, pero la posesión definitiva se les dio hasta el 20 de agosto de 1941, siendo el primer comisario ejidal Esteban Quiam López. Por esas fechas se creó también la cooperativa chiclera de los trabajadores locales, que se llamó Gaspar Allende.

Se puede decir que en los primeros sesenta años de su existencia, nuestra ciudad tuvo una existencia muy reposada, con pocos eventos memorables y con una vida entre paradisiaca y monótona, donde no faltaba nada y se carecía de casi todo, pero las cosas comenzaron a moverse cada vez más rápido; políticos y banqueros “descubrieron” la vocación turística de esta región y eso realizó el milagro. Aquellas tierras otrora despobladas comenzaron a recibir la atención del comercio turístico mundial, y se desencadenó una escalada de desarrollo que aún en la actualidad impresiona por el vigor transformador que las ha avasallado.

En 1960 había solamente 90 habitantes en Playa del Carmen. En 1962 comenzó la carretera Puerto Juárez-Playa del Carmen; en 1964 se construyó la emblemática capilla del Parque Fundadores; y un año después empezó a prestar servicios el gremio de los alijadores (carga y descarga), y con ellos inició la vida sindical del lugar.

Para 1968, ya comenzaba a sentirse cada vez más fuerte el impulso turístico en el área; y cada vez más gente cruzaba por Playa a Cozumel. En ese año se realizó la primera gran compra-venta de tierras del poblado, con fines de especulación inmobiliaria y turística; este proyecto con el tiempo se convirtió en lo que hoy es el conocido complejo hotelero y residencial llamado Playacar. Un año después se construyó el primer muelle de concreto, con lo que el movimiento turístico en la población dio un salto cuantitativo.

Desde los años setenta, se comenzaron a avecindar viajeros de diferentes partes de México, especialmente del Estado de Yucatán, pero también de otros países, sobre todo italianos y alemanes, quienes comenzaron a adquirir lotes cerca de la playa y sobre la naciente Quinta Avenida. Con el tiempo esas viviendas se transformaron en locales comerciales, con diferentes ofertas para el turismo, originando así, desde entonces y hasta ahora, una imparable carrera por el éxito comercial que aún en la actualidad no deja de sorprender por el intenso dinamismo que genera. Todo esto conlleva un evidente y permanente triunfo económico para Playa del Carmen, tal y como nos consta indudablemente a los que tenemos la suerte de vivir en este pedazo de paraíso.

Por: Raymundo Tineo Celaya, Cronista de la Ciudad

Fotografías: Archivo Cronista de la Ciudad

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