Diego Rivera cumple 134 años
Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, más conocido como Diego Rivera, es considerado uno de los grandes muralistas latinoamericanos del Siglo XX. Nacido un 8 de diciembre de 1886 en Guanajuato, México, este mes se festeja su natalicio, en honor a su gran legado.
Con apenas 10 años, y a pesar de su padre que quería que ingresara al Colegio Militar, Diego comenzó a asistir a clases nocturnas en la Academia de San Carlos desde 1896 a 1902, donde tomó clases con Santiago Rebull, Salomé Piña, Félix Parra, José María Velasco y Antonio Fabrés. También en el taller del grabador José Guadalupe Posada, cuya influencia fue fundamental.
A los 20 años pudo viajar a España, gracias a una subvención del Estado, donde logró acercarse a la obra de conocidos artistas como Goya, El Greco, entre otros, y estudiar con Eduardo Chicharro, famoso paisajista de Madrid. Su viaje por Europa lo llevó a París, entrando en contacto con la vanguardia y artistas como Pablo Picasso o Paul Cézanne, que lo introducen en el cubismo.
En 1921 regresó a México donde participó en el renacimiento de la pintura mural, junto a David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco conformaron la tríada de los máximos representantes del muralismo mexicano, escuela pictórica que floreció a partir de los años veinte del siglo pasado; realizando su primer mural “La creación” en 1922, destinado al anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria.
Si bien vivió en México, Ecuador, Bolivia, Estados Unidos, Argentina, Francia, Italia y España, la cultura mexicana siempre estuvo presente en su obra. A lo largo de su vida pintó grandes frescos sobre la historia y la sociedad de su país en los techos y paredes de edificios públicos.
Su obra influyó a cientos de artistas y sigue fascinando hoy por su enorme eclecticismo, influenciado por el arte occidental y también precolombino. Con más de 10,000 obras, destaca por su monumentalidad para poder comunicarse mejor con las masas populares (algunos de los gigantescos murales sobrepasan los 400 m2); la ruptura con la tradición academicista y la asimilación de las corrientes pictóricas de la vanguardia europea, con las que tuvo oportunidad de estar en contacto directo, y la integración de la ideología revolucionaria en la pintura, que para él debía expresar artísticamente los problemas de su tiempo.
Sus últimas obras las realizó en mosaico de piedras naturales, como las del Estadio de la ciudad universitaria de México o el del Teatro Insurgentes. Y en 1950 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes.
“Entre más nativo es el arte, más pertenece al mundo entero, porque cuando el arte es verdadero es natural. El secreto de mi mejor trabajo es que es mexicano
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