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El árbol con sangre de dragón

Dracaena cinnabari es un árbol dragón, o “drago”, nativo de la isla de Socotra, Yemén, donde vive dentro de los restos del bosque prehistórico ‘Dragonsblood’ en montañas de granito y mesetas de piedra caliza.

Es fácil de identificar por su extraña forma de “hongo” y es una de las especies de dragos que produce la resina llamada “sangre de dragón” la cual se utiliza en algunas medicinas tradicionales o como colorante.

Es un árbol icónico cuya resina fue ya objeto de comercio en el mundo antiguo y solo se recoge una vez al año, de ahí su gran valor en el mercado. Es toda una curiosidad botánica del que brota una savia roja cuando se le hace un corte en su corteza. Un líquido que constituyó un muy importante pigmento para los pintores del Renacimiento, que fue comercializado en la antigua Europa a través de la Ruta del Incienso.

En la actualidad, esta savia se emplea tradicionalmente para elaborar medicamentos y decoración de cerámica por parte de los 40.000 nativos que habitan la isla (todos hablantes de un idioma propio que no tiene escritura).

Besar requiere 168 músculos en movimiento

Más de un centenar de músculos se ponen en marcha para impulsar esta danza coordinada a la perfección. Concretamente, en un beso participan 34 músculos de la cara, además de otros 134 de otras partes del cuerpo para adoptar una postura adecuada.

Si bien no toma demasiado iniciar un beso, hay una serie de detalles en el mecanismo detrás de él. El músculo que no puede faltar es el orbicular de los labios, pero sería un beso en extremo simple si no participaran otros músculos como los encargados de mover los labios en diferentes direcciones: cigomáticos mayor y menor, el elevador del labio superior, depresor del labio inferior y depresor del ángulo de la boca; aquellos que nos permiten abrir y cerrar la boca como el pterigoideo lateral, pterigoideo medial, masetero y temporal; y músculos linguales como el geniogloso, palatogloso, estilogloso e hiogloso que permiten justamente mover la lengua en caso de que se necesite. Además de estos músculos, se involucran muchos otros al momento de cerrar los ojos, de mover la cabeza y el cuello para no chocar con la otra persona; y eso sin mencionar todos los demás que se utilizan para estar sentados o parados y para abrazar o tomar de la mano (entre otras cosas que suceden) durante el beso. Puede sonar como un proceso que implica mucho trabajo, pero quizás las sensaciones que desencadena hagan que valga la pena. (Wilson, s.f.)

¿Qué usaban los romanos para asearse si no existía el jabón?

La higiene entre los romanos era algo muy importante. No podía ser de otro modo, ya que una buena parte del día lo pasaban en las termas. Una de las dependencias de las termas era, precisamente, la palestra, donde se practicaban diversos ejercicios. Lo que hoy llamaríamos gimnasio o sala de fitness.

Tras los ejercicios de la palestra, es lógico que los atletas, sudorosos, necesitaran una buena ducha. Para limpiarse bien se untaban el cuerpo con aceite, más o menos perfumado. El coste del aceite era diverso dependiendo de su calidad y aroma. En general, cada uno llevaba su aceite, en una especie de recipientes esféricos, llamados aríbalos, que solían llevar colgados a la cintura. En caso de pertenecer a una clase social modesta y no llevar aceite propio, podían recurrir a un aceite básico, que les suministraba el entrenador de las termas, el magister. No era ni perfumado ni de extrema calidad, pero por lo menos servía para limpiarse.

Tras untarse con el aceite, frotaban su cuerpo con una fina arena, con finalidad abrasiva. Es de suponer que también existían diferencias de calidad en esto. Luego la mezcla de sudor, suciedad, aceite y arena (en ocasiones, la arena era sustituida por cenizas) era retirada con un aparato especial, el estrígilo.

El estrígilo era un raspador de metal largo y fino. Tenía una forma parecida a una hoz, pero sin filo. Estaba dotado de un mango y de una parte metálica acanalada, una especie de espátula curva semicircular.

Al frotar la piel con el estrígilo se eliminaban los restos de suciedad. Las materias liposolubles eran disueltas por el aceite y las hidrosolubles por el agua. La arena realizaba una fina abrasión, un peeling, desprendiendo las células muertas epidérmicas. Por otra parte, el aceite restituía el manto ácido cutáneo y tenía finalidades emolientes. Además, en caso de estar perfumado, servía como desodorante. El resultado, al parecer, no estaba mal.

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