Dejar huella en la educación

Me gustaría hacer una encuesta y preguntar a los adultos, ¿cuántas veces al año le preguntan a los niños y jóvenes si se divirtieron en la escuela? Me atrevería a pensar que podemos contarlas con los dedos de nuestras manos.

Cuando les hacemos ver esto a los adultos, ellos responden que siempre se los preguntan, pero qué son los niños los que enseguida mencionan qué calificación se sacaron, o si estuvieron en tiempo fuera, o si algún amigo hizo enojar a otro.

“Yo pregunto, pero es él o ella, que no contesta sobre ese punto”.

Entonces mi duda es, dónde inició ese condicionamiento, ¿cuándo comenzamos a lavar la cabeza de nuestros pequeñines?, ¿desde cuándo ellos empezaron a pensar que era más importante comentar estas cosas que contarnos lo más divertido de la escuela, o lo que los hizo más felices?

Y menciono condicionamiento porque nuestros niños son puros, nacen sin prejuicios, pensamientos negativos, su emoción es el amor.

Alguien, obviamente un adulto, implanta de manera inconsciente ese chip: lo importante en la escuela es ver si aprendemos, si nos portamos bien, si logramos los objetivos. La felicidad, queda relegada.

Si pudiéramos divertirnos sería genial pero, si no lo hacemos, no pasa nada. No es la misión primordial de la escuela.

A mis 44 años tengo amigos de primaria y secundaria, recuerdo maestros que dejaron una huella en mí, en mis futuros aprendizajes y decisiones académicas. Pero casi no tengo recuerdos de: Nati, eres una genia, ¡felicitaciones!, o mandando una nota a casa diciendo lo bien que trabajé. Como si las notas quedaran solo para decir que se portó mal.

Desde muy pequeños nos insertan en ambientes educativos en donde nos marcan rutinas, normas, y según la edad entra en juego el aprendizaje, hasta que ingresamos en la secundaria.

Muchísimos años, donde tendríamos que tener infinidad de anécdotas divertidas, mucha risa al contarlas, iluminar nuestros rostros de emoción al mencionar sucesos que vivimos con amigos y maestros. Recordarlos por sus elogios, por sus notas de felicitación enviadas a casa.

Pero la realidad no es así. Tenemos pequeños con 5 años que no quieren ir a la escuela. Y los padres enseguida apuntan hacia el maestro, ¿qué hace? y ¿por qué el niño dice eso?

Pero debemos reflexionar, maestros y padres, sobre qué visión le estamos mostrando al niño, y qué queremos que realmente veamos juntos.

Inconscientemente como padres siempre estamos esperando que llegue el comportamiento adecuado y la valoración positiva, y no nos damos cuenta que el mensaje ya es errado. Queremos que los niños y jóvenes no sean perfectos pero pedimos perfección en sus actos.

Y los niños llevan esta bandera de estudiar, aprobar y ser buenos, y si eso es relegar la diversión, pues ni modo, ¡así es la vida! Algunas frases escuchadas... “y bueno tiene que aprender que no todo en la vida es diversión o color de rosa”, lo cual es cierto. Pero estamos mostrando más el lado negativo que positivo.

Cada mes en las escuelas se hacen reuniones de maestros y directores para evaluar el proceso de aprendizaje, realizar ajustes en los programas, pienso que deberíamos dedicar un tiempo amplio a analizar cómo van nuestros niños, si son felices, si se divierten.

Si son más las alegrías que se llevan en el bolsillo qué momentos de tristeza o angustia. Y si vemos que su felicidad no es tan amplia, ahí debemos dedicar nuestras reuniones, a encaminar esto. Los niños deben divertirse, deben ir contentos, y salir felices de la escuela, y ahí solitos nos contarán qué otras cosas divertidas e interesantes aprendieron en el día. Porque cuando cuerpo y mente están abiertos, con el corazón expandido de felicidad, así aprenden... Y los adultos podemos sentirnos satisfechos que nuestra misión como educadores y padres está lograda.

También aclarar que no debemos ir al extremo de que todo debe ser felicidad. Claro que puede y debe aparecer: ¡hoy me sentí mal!, ¡estoy triste!, ¡me enojé!, ¡me fue mal en un examen!, ¡la maestra me regañó! Pero todo ello debe ir con un tinte de contención, resolución de conflicto, apapacho y amor. Trabajar en la empatía.

Necesitamos resaltar valores, y esta educación basada en el amor tiene muchos matices y sensaciones por experimentar, poniendo la mirada en apoyarnos y ayudarnos. Si mi calificación no fue la esperada, ¿cómo puedo mejorarla?, y hacerlo si realmente ese es mi interés, y no por no ser desaprobado, o decepcionar al otro.

Si realmente menciono una situación de enojo de un compañero o maestro que sea en un contexto de ayuda, con un final en donde se pudo platicar y buscar una solución juntos.

En épocas actuales confundimos que al pedirle al niño que nos cuente lo bueno de la escuela debería decirnos que todo fue color de rosa. Y no es así.
Solo pedimos ver la cara positiva también, las enseñanzas que nos deja la escuela va más allá de lo académico, y esos aprendizajes tienen muchas gamas de sentimientos y acciones.

¡Y sobre ello debemos profundizar, pensar, expresar y dejar huella! Esa es la educación que debemos indicarles. Una educación basada en la felicidad, el amor y el aprendizaje sano.

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