Niños al mando

La falta de comunicación entre padres y congruencia en las normas es muy peligrosa porque deja a los pequeños el poder de decisión.

-¡Yo elijo papá!
-¡Yo lo hago solita mamá!
-¡Yo te ayudo!
-¡Déjame yo puedo...!
-¡No, no abuela así se hace!
-¡Sí, sí, abuelito, en mi casa me dejan hacerlo!

Ante estas frases sin contexto, al leerlas, podemos imaginar a una niña o niño que ya creció y ha ido escalando en su maduración y en sus aprendizajes, aventurándose en el mundo y empezando a lograr autonomía.

Sin embargo, el detrás de escena, muestra niños pequeños, en sus casas, intentando modificar argumentos o decisiones de los padres, e incluso imponiéndose a las determinaciones que ellos están tomando.

Niños que deciden:

• Cuándo usan un cuchillo para cortar, porque al ver al adulto creen que ya están listos para hacerlo.

• Cuándo se van a dormir, porque están en una reunión de adultos, y manifiestan que no tienen sueño.

• Ayudar a la hora de limpiar, pidiendo utilizar objetos que son imposibles para su tamaño y control motriz.

• Bañarse solos, peleando con sus padres cuando intentan ayudarlos en tareas como el lavado del cabello, o el enjabonado final.

Y así podemos nombrar un sin fin de actividades, las cuales son situaciones que se viven en el día a día, en una casa. La rutina cotidiana es lo que les va dando a los niños y niñas los aprendizajes que necesitarán para su vida.

Ahora bien, los peques van observando, imitando, “jugando a hacer como los adultos”, y van aprendiendo. En ese aprender van experimentando de acuerdo a su forma, estilo, ritmo, posibilidades, aptitudes, y así van tomando decisiones. Porque también en este juego de aprender, juegan a ser adultos, que comentan y manifiestan su parecer e inclusive dictaminan.

Y entonces, es en este momento donde aparecen las frases que comentamos al inicio del artículo. Ahora que entendemos más el contexto de dónde provienen, es que nos vamos preguntando, hasta dónde un niño puede tomar esta clase de decisiones.

Vamos a pensar en una situación cotidiana. Una familia sentada a la mesa a la hora de la comida. Padres y niños más grandes obviamente ya utilizan sus cubiertos pero el más pequeño está aprendiendo; por ahora solo usa el tenedor. El papá se acerca para cortarle el alimento con el cuchillo. En una situación así, es muy normal que el pequeño lo pida para cortar, y que el adulto le diga: -“ok, si lo hacemos juntos”. No obstante, el niño buscando autonomía y dirigir él cómo se hará, quitará la mano del padre queriendo quedarse con el cuchillo, manifestando de esa manera que desea hacerlo solo. Un simple ejemplo que se observa en cualquier hogar.

Ahí empieza el conflicto entre adulto e hijo. ¿Hasta dónde el niño puede decidir qué hacer y qué no? ¿Cuál es el límite, y quién lo pone?

Si abordamos la situación en ese momento, los padres responderían: “es siempre lo mismo”; “bueno si puede hacerlo que lo haga y ya”; ”quítale el cuchillo y que llore, y si no quiere comer que no coma...”. Y en los casos más actuales todo esto se acompaña de un sinfín de explicaciones que el niño no entiende y no le interesa escuchar.

Es importante que nosotros, los adultos, tengamos claro cuál es el límite, porque cada familia puede tener uno diferente. Sin embargo, hay algo que nunca debemos dejar de tener presente, y esto sí debería ser un común denominador en cada casa, y es que nosotros debemos tener en claro las reglas que manejamos, con sus límites, consecuencias, y con explicaciones claras y concisas de acuerdo a la edad. Y todo ello no implica un debate.

Los niños aprenden de nosotros, esperan que los guiemos e indiquemos el camino. Un camino con explicaciones cortas según su edad, con concordancia y lógica entre adultos, y con un lineamiento que se repita ante cualquier situación y circunstancia. Indicaciones que hoy y mañana serán las mismas, y no se modifiquen.

Porque cuando no somos claros, cuando nuestras indicaciones son variables, lo único que hacemos es confundirlos. Y eso es un arma muy peligrosa, ya que los niños siendo tan astutos, la utilizan luego a su favor y nos marcan esta inconsistencia en la norma. Y, en definitiva, hacen lo que ellos creen mejor.

Un niño pequeño puede elegir ciertas cosas: qué juguete llevar a la playa, qué playera ponerse para un cumpleaños, pero de ninguna manera puede decidir cuándo está listo para usar un cuchillo, determinar cuándo va a dormirse, o si es momento oportuno de dejar de jugar. Esas son decisiones de adultos, donde papá y mamá determinarán de antemano cómo se manejan, para que la respuesta de ambos sea siempre la misma hacia él o ella. Y si en dado caso los padres no están de acuerdo, se replanteará esto a puertas cerradas en donde solo ellos puedan hablar y decidir, para bajar nueva línea a los niños de esa familia.

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Por: Natalia A. Alioto
Lic. en Educación Especial

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