Ni premios ni castigos en la educación infantil

Los premios y castigos en la educación infantil, siempre han tenido un papel predominante. No sólo en el hogar, sino que es una herramienta muy difundida en la escuela. Sin embargo, deberás dejarlos de lado si deseas educar de manera respetuosa.

Cada familia es un mundo. En cada hogar, se hace lo que se puede y todos tendemos a repetir algunas conductas de nuestros propios padres. Los premios y castigos en la educación infantil han formado parte de nuestras vidas en casi cualquier ámbito y son difíciles de erradicar.

Lejos de juzgar el tipo de enseñanza que cada padre imparte, el objetivo es realizar un análisis sobre las consecuencias de premiar o castigar.

El premio es algo positivo que se entrega luego de una conducta, reacción o respuesta que consideremos positiva. También puede ofrecerse para incentivar dicha respuesta y eliminar otra negativa.

El castigo sería lo opuesto. Es una respuesta negativa hacia una conducta que consideramos inapropiada. Privar al niño de algo también se lo considera un castigo, las penitencias, el castigo físico, etc.

Ni los premios ni los castigos son necesarios en la crianza. Por un lado, los premios materiales sólo fomentan el interés del pequeño y no dejan ningún tipo de enseñanza. Por el otro, promueven el temor al castigo, mientras que la acción en sí queda en segundo lugar.

La relación con nuestros hijos está basada en el amor incondicional que sentimos mutuamente. Si bien el amor no debe ser objeto de negociación jamás (es decir que jamás deberíamos chantajear con él o privarlo como forma de castigo) es suficiente para que tu hijo reciba lo que realmente necesita.

En lugar de utilizar castigos usamos consecuencias, pero cuál es la diferencia? El castigo es algo impuesto de manera externa, mientras que la consecuencia es algo que va asociado de manera natural al acto en cuestión. Por ejemplo: Si un niño se niega a recoger sus pinturas después de dibujar podríamos decirle que se vaya a su cuarto y que no va a volver a usarlas en dos días, eso sería un castigo que nosotros imponemos y que es arbitrario; o bien podríamos explicarle que si no recoge sus pinturas y las deja destapadas se secarán y ya no podrá volver a dibujar con ellas, eso sería una consecuencia directa de sus actos.

Los premios no son tampoco una buena idea, y si queremos recompensar de alguna manera un buen comportamiento, también debemos hacerlo de modo que el niño perciba la recompensa como algo inherente al acto que la ha ocasionado, a veces es sólo una cuestión de modificar nuestro lenguaje... Por ejemplo: Si un niño se niega a ponerse el pijama, lavarse los dientes, etc. podríamos decirle que si lo hace le dejaremos jugar un rato antes de irse a la cama, el pequeño percibiría eso como una recompensa que nosotros le damos; o bien podemos decirle que si lo hace tendrá tiempo de jugar un rato antes de que sea la hora de irse a la cama, en este caso lo percibirá como una consecuencia lógica de sus actos. La diferencia puede parecer sutil, pero es importante!

Lo mejor es educar desde el amor, mostrando agrado por sus conductas positivas es suficiente para que se repitan. Nada quiere más el niño que ver a sus padres conformes y orgullosos. Debemos ser claros en el mensaje, concisos y coherentes. Además, consistentes y pacientes.

La idea de no ofrecer premios o recompensas ni de aplicar castigos tiene como objetivo el favorecer la automotivación y la autodisciplina en el niño