Niños, ¡discutid más!

Cuando Wilbur y Orville Wright aterrizaron en el Flyer I completando su primer vuelo exitoso, todo el mundo celebró el vínculo fraternal. Los hermanos habían crecido juntos, jugaron juntos desde pequeños, se habían embarcado juntos en el negocio de los periódicos y juntos habían construido un avión. Incluso dijeron en una ocasión que “pensaban juntos”.

Así creemos que debe ser la creatividad: un proceso armonioso. Pensamos que la innovación es algo casi mágico que se produce cuando una persona encuentra finalmente la sincronía. Esa es la razón por la que una de las reglas fundamentales de toda lluvia de ideas es que no se realicen críticas. El objetivo es que los demás construyan sobre las ideas conjuntas, no que las hagan añicos. Sin embargo, hay un pequeño problema: esa es una imagen edulcorada de la creatividad.

Cuando los hermanos Wright afirmaron que pensaban juntos, lo que realmente querían decir es que discutían juntos. Una de sus decisiones más importantes fue el diseño de la hélice para su avión, y se pasaron semanas discutiendo, a menudo gritaban por la frustración, se alejaban y luego retomaban el trabajo.

Discutieron durante semanas. En un libro donde se recogen algunos de sus escritos, Orville reconoció: “Después de largas discusiones, a menudo nos encontramos en la ridícula posición de que cada uno se había pasado al lado del otro, de manera que no estábamos más de acuerdo que al inicio”.

Solo después de hacer trizas los argumentos del otro, ambos se dieron cuenta de que estaban equivocados. No necesitaban una, sino dos hélices que giraran en direcciones opuestas.

El desacuerdo reflexivo potencia la creatividad

La habilidad para discutir sin enojarse, para desarrollar un buen argumento sin que se convierta en una cuestión personal, es fundamental en la vida. Sin embargo, muy pocos padres se la enseñan a sus hijos. Queremos brindarles a los niños un hogar estable y equilibrado, por lo que evitamos que los hermanos se peleen y los adultos discuten a puertas cerradas. La contradicción radica en que si los niños nunca se exponen al desacuerdo, su creatividad y sus habilidades de solución de conflictos se verán limitadas.

Hoy, enseñar a los niños a discutir es más importante que nunca. Vivimos en una época que pronto quedará en manos de la generación copo de nieve, donde las voces que pueden ofender a los demás son silenciadas. Sin embargo, las diferencias de opinión pueden ser enriquecedoras, siempre que se expresen en el respeto a los demás. Por eso, los niños deben aprender el valor del desacuerdo reflexivo.

No es casualidad que muchos de los adultos más creativos hayan crecido en familias donde se palpaba la tensión. Por supuesto, no se trata de familias donde reinaban los insultos, humillaciones y puñetazos, sino familias que tenían desacuerdos en sus formas de ver el mundo, en la educación de los hijos y en muchas otras esferas de la vida.

En un experimento realizado hace varios años, al pedirle a personas adultas que escribieran historias imaginativas, los escritos más creativos provinieron precisamente de aquellos cuyos padres tenían más conflictos. Sus padres tenían puntos de vista contradictorios sobre cómo criar a sus hijos y mantenían valores, actitudes e intereses diferentes.

También se ha comprobado que los arquitectos y científicos más creativos suelen provenir de familias en las que había más fricciones, en comparación con sus compañeros de profesión técnicamente igual de capacitados pero menos originales.

El psicólogo Robert Albert resumió esta idea: “la persona creativa proviene de una familia que es de todo menos armoniosa, podríamos calificarla como ‘oscilante’”.

Wilber y Orville Wright provenían precisamente de una familia oscilante. Su padre era predicador y siempre estaba en desacuerdo con las autoridades escolares, a quienes no les gustaba su decisión de dejar que sus hijos perdieran medio día de escuela para aprender por su cuenta. De hecho, su padre creía tanto en su fe, que alentaba a sus hijos a leer los libros ateos que tenía en su biblioteca.

¿Por qué es importante que los niños dominen el desacuerdo reflexivo?

Si rara vez vemos una disputa, lo que aprenderemos será a evitar la amenaza que representa un conflicto. Presenciar discusiones y participar en ellas nos ayuda a desarrollar un buen escudo. Aprendemos a defender nuestros argumentos y desarrollamos la tolerancia a la frustración, además de abrirnos a nuevas formas de pensar.

De hecho, los hermanos Wright no eran los únicos que discutían. También lo hacían Los Beatles por los instrumentos y Steve Jobs con Steve Wozniak cuando diseñaron el primer ordenador Apple. No es que estas personas hayan tenido éxito a pesar de las discusiones, sino que tuvieron éxito gracias a esos puntos de vista diferentes.

En un experimento realizado en la Universidad de California se apreció que en los grupos donde se practica la tormenta de ideas y se alienta la crítica mutua, se generan un 16% más de ideas. Los laboratorios innovadores, por poner un ejemplo, no están llenos de colaboradores entusiastas en perfecta sintonía sino de científicos escépticos que desafían las interpretaciones de los demás.

Si nadie discute, es menos probable que renunciemos a las viejas formas de hacer las cosas y no probaremos estrategias nuevas. Somos más imaginativos cuando no hay sincronización, y no existe mejor momento para aprenderlo que en la infancia. Los niños necesitan aprender el valor del desacuerdo reflexivo. Lamentablemente, muchos padres enseñan a sus hijos que, si no están de acuerdo con alguien, es educado mantenerse callados.

También ayuda que los padres muestren algunos desacuerdos, así los niños aprenden a pensar por sí mismos y descubren que ninguna autoridad tiene el monopolio de la verdad. De esta forma toleran mejor la ambigüedad y, en vez de conformarse con las opiniones de los demás, confían más en su propio juicio.

Por supuesto, no se trata de convertir el hogar en un campo de batalla, el niño debe sentirse seguro y debe saber que sus padres se relacionan desde el amor y el respeto, pero no existe nada malo en mostrar algunos desacuerdos. Un estudio muy interesante realizado en la Universidad de Notre Dame en niños de entre 5 y 7 años develó que aquellos cuyos padres discutían de manera constructiva se sentían más seguros emocionalmente y, durante los siguientes tres años en los que se les dio seguimiento, mostraron una mayor empatía y preocupación por los demás.

Las 3 reglas de oro para llevar el desacuerdo reflexivo al hogar

En vez de evitar las discusiones, atornillándose una sonrisa que los niños intuirán que es falsa, los padres pueden aprender a modelar los conflictos y tener desacuerdos saludables. Estas son algunas reglas que pueden guiarles:

1. Asumir las diferencias como un debate, en vez de pensar en ellas como un conflicto. Si pensamos que las diferencias nos enriquecen, en vez de verlas como brechas que nos separan, podremos sacarles el máximo provecho.

2. Aprender a discutir como si tuviéramos la razón, pero escuchar como si estuviéramos equivocados. Esta máxima nos permitirá defender nuestros argumentos y, a la vez, mantenernos abiertos a las ideas del otro. Esa es la actitud que promueve el cambio.

3. Asumir una actitud respetuosa hacia la perspectiva de la otra persona, y reconocer sus buenos argumentos. Se puede discutir desde el amor y la tolerancia.

Los desencuentros hacen que la familia oscile, pero si hay amor y respeto, no la echarán abajo sino que la fortalecerán.

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