Vivir y convivir con mis emociones
Hay un mito muy común donde se cree que los niños y niñas son felices siempre. Ríen, juegan, saltan, gritan... pueden enojarse o llorar, pero ellos son mágicos y rápidamente cambian su estado anímico, volviendo a sonreír.
Estos locos bajitos, parecen ser de goma, como menciona en su canción Juan Manuel Serrat; pero no lo son. Tienen la facilidad, algo ya perdido por el adulto, de ser flexibles, de lograr cambios más rápidos, sin quedar atascados en emociones poco positivas o tóxicas. Pero eso no significa que siempre sean felices.
Ante sucesos que despliegan un abanico de emociones “negativas”, los adultos tenemos la costumbre de querer solucionar rápido, volver a ver al niño/a feliz y que continúe jugando; y acompañamos estos momentos con frases como: “Ya está... Ya pasó... No pasa nada... Sigue jugando... no es para que te pongas así...”
No podemos minimizar sus emociones en situaciones difíciles o conflictivas, ni restarles importancia. No debemos buscar siempre que estén felices. Como adultos tenemos la responsabilidad de la educación emocional de nuestros hijos e hijas, y los alumnos que tengamos a nuestro cargo. Debemos preguntar, reflexionar y platicar con ellos sobre los sucesos que les generan malestar, molestia, amargura, alegría, tristeza....
Me gustaría hoy que me acompañen a reflexionar sobre la importancia del “trabajo” emocional en la niñez y el valor trascendental que tiene lograr esta estabilidad para desarrollarnos como seres amorosos, empáticos, fuertes y conciliadores.
Una base emocional estable es primordial para ir construyendo los cimientos de la vida. Aprendizajes en la escuela, relaciones sociales sanas y vínculos sólidos, seguridad en las decisiones y pasos firmes en el andar. Lograr enfrentarnos a desafíos, entender que el fallar es parte de la vida sin sucumbir a ello. Intentar las veces que sean necesarias sin perder las esperanzas. Frustrarme como un modo de expresar mi malestar, pero volver a luchar por lo que quiero.
Actualmente el panorama emocional de los niños y niñas es bastante triste, mostrando consecuencias complejas tanto en casa como en la escuela. Hoy llevan una etiqueta conocida como: Problemas Conductuales - Niños Difíciles. Esto se debe a la poca importancia que se le da a las emociones y su falta de desarrollo, afectando de manera fundamental la conducta y consecuentemente el aprendizaje.
Las emociones se van aprendiendo de manera natural desde que nacemos. Jugamos a poner cara de... las nombramos, hacemos bromas sobre ello. En la escuela, leemos cuentos con esta temática, y pintamos algunas caritas con las emociones básicas, y esto porque aparece en la currícula escolar. Pero en ocasiones se trabaja fuera de contexto, sin darle importancia de cómo será el manejo de ellas en la vida diaria.
Un error muy común que cometemos los adultos es expresar por el niño su sentir. “Sí ya sé que esto te hace sentir... porque...”. “Estás... porque…” En lugar de limitarnos a preguntar o escuchar lo que ellos mismos tienen que decir.
Cuando sentimos por ellos, los invalidamos. Cuando damos sus respuestas, les quitamos la oportunidad de expresarse libremente. Lo único que logramos así es dar una solución rápida, vacía de sentimiento y empatía. Coartamos su desarrollo emocional, y no damos lugar a la reflexión y solución de problemas por sí mismos o con la guía del adulto.
Nos olvidamos de lo básico que es preguntarle, cada día, a nuestro niño o niña, ¿cómo estás hoy?, ¿cómo te sientes? Quizás porque ni siquiera somos conscientes de la importancia de esta pregunta o porque volvemos a suponer lo expuesto en el comienzo de esta nota. ¡Es un niño, es obvio que está bien!
Algunos adultos sí son conscientes y desean apoyar al niño en este desarrollo emocional pero se ven bloqueados, o no saben cómo abordar el tema, y eso es porque nosotros también hemos crecido en espacios en donde el trabajo emocional quedaba relegado.
Y hoy, ya habiendo reflexionado sobre las emociones y su importancia de desarrollarlas de manera eficiente, me gustaría entonces dejarles algunas ideas para que puedan aplicar en sus casas y espacios escolares.
• Pregunta siempre al otro: ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?
• Tú adulto, comparte con el niño tus emociones, ¡exprésalas! A través de verte y escucharte, él va aprendiendo.
• Genera espacios de escucha en
familia, o con sus compañeros de escuela. Plantea situaciones conflictivas, cómo los hicieron sentir y cómo lo resolvieron. Así iremos aprendiendo que no todos sentimos lo mismo ante un mismo evento, ni reaccionamos igual.
• Reflexiona sobre una situación con varias personas implicadas. ¿Cómo me sentí, y cómo se habrá sentido el otro; que necesito yo, pero también que necesita la otra persona? Comenzar a entrar en el mundo de la empatía.
• Ante un suceso que me lleva a sentir enojo, tristeza, molestia, malestar, frustración... ¡No bloquear ni invalidar ese sentir! Expresarlo - Buscar la calma - Platicar y reflexionar - Buscar posibles soluciones o modos de actuar para una próxima vez.
• Practicar.
¡Bienvenidos al maravilloso mundo de las emociones! Conseguir la estabilidad emocional es asegurarme una vida plena y maravillosa en donde podré fluir conviviendo de manera armónica y amorosa con los otros.
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Por: Natalia A. Alioto
Lic. en Educación Especial
Etiquetas: Edición 98