La mujer que midió el Universo

La astronomía es una de las ciencias más limitadas que existen. No me mal interpreten, pero es verdad: los astrónomos y astrónomas no sólo estamos imposibilitados para hacer experimentos de laboratorio —que más quisiéramos que poder crear estrellas en un matraz, agitarlas y ver lo que sucede—, si no que además, gran parte del estudio del cosmos lo hacemos únicamente con una cosa: la luz que nos llega de allá arriba. Como dice la gran divulgadora Julieta Fierro “esta gente que se dedica a estudiar el Universo son los mejores detectives del mundo: descubren un montón de cosas sólo con fotones”.

Y así, usando diferentes tipos de luz, intentamos saber cosas como la composición química de los astros, su edad, su tamaño, temperatura y algo muy importante, medir sus distancias.

Conocer las distancias con certeza es tremendamente importante en astronomía, porque si nos equivocamos un poco en eso, el resultado es relevante en otras cosas, como el tamaño, el brillo y la distribución en el espacio. Quienes hayan visto algún eclipse solar entenderán esto: la Luna parece tener casi el mismo tamaño que el Sol, pero eso se debe a que nuestra estrella está como 380 veces más lejos, por lo tanto la Luna es más chica.

¿Pero cómo hacemos para medir la distancia hasta las estrellas, hasta los nebulosas, hasta el otro lado de la Vía Láctea o incluso hasta otras galaxias? En realidad, no hay una sola respuesta. Existen varios métodos, pero uno que usa un tipo muy especial de estrellas es de los más relevantes.

En la constelación septentrional de Cepheo, o Cefeo, existe una estrella cuya particularidad es la de cambiar su brillo periódicamente, en un sube y baja de intensidad que cuando se registra hora tras hora en una gráfica parece los dientes de un serrucho o un tiburón. Esta estrella es la cuarta más brillante de Cefeo y se llama “Delta cefei”.

Durante mucho tiempo, la estrella “cefeida” (por la constelación) no pasó de ser una curiosidad celeste; aunque pronto se encontraron varias “cefeidas” más, que seguían el mismo comportamiento. Sin embargo, a principios del siglo pasado, la historia tomó un rumbo nuevo y fascinante.

En 1908, la estadounidense Henrietta Swan Leavitt, una de las primeras mujeres astrónomas, detectó algunas estrellas variables en la Pequeña Nube de Magallanes, una galaxia muy joven, ubicada en el cielo sur. Dentro de la Pequeña Nube de Magallanes existen varios cientos de millones de estrellas, pero además es un lugar donde actualmente nacen astros a una tasa muy grande. De las casi 12,000 estrellas que Henrietta estudió, unas 16 presentaban el ritmo característico de las cefeidas. Y no sólo eso, Leavitt encontró que cuanto más largos eran los ciclos entre los máximos, más brillantes eran las estrellas. En otras palabras, el sube y baja en la luz, le decía qué tan luminosa es en realidad la estrella.

¿Y por qué es importante la relación anterior? Imaginemos que hay dos estrellas cefeidas con el mismo patrón de sube y baja en su luz. En principio deberían ser igual de brillantes, pero si no lo eran, entonces quería decir que una estrella estaba más lejos que la otra. Así, calibrando correctamente las cefeidas, es posible conocer la distancia a las estrellas.

Algo muy revelador del trabajo de Henrietta es que toda su investigación la hizo a ojo, usando placas fotográficas y en un momento donde a las mujeres no se les permitía ser astrónomas, ni pisar un observatorio. Leavitt logró identificar unas 1,700 estrellas variables y con las que estaban en la Pequeña Nube de Magallanes se logró establecer su distancia.

Años más tarde, las variables de Leavitt ayudaron al gran astrónomo Edwin Hubble a medir la distancia real entre la Vía Láctea y otras galaxias más lejanas. Este fue uno de los descubrimientos más importantes de la historia: nuestra Galaxia es solo una entre millones y cada una se ubica a distancias tan grandes que llegar hasta ellas nos tomaría cientos de millones de años viajando a la velocidad de la luz.

A la relación entre el periodo de tiempo de los ciclos y la luminosidad de las estrellas cefeidas se le conoce como la “ley Leavitt” y es una de las herramientas más importantes en el estudio actual del Universo como un todo. Henrietta fue la primer mujer que realmente midió el cosmos.

Si quieres saber más sobre mujeres en la ciencia, te invitamos a que el 11 de febrero celebremos en el Planetario Sayab, el “Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia”. Tendremos talleres, películas y muchas actividades más.

Nos vemos en tu Planetario Sayab.