Fuera de contexto
Para llegar a donde voy necesito saber el número exacto de círculos que no he cerrado, la ubicación precisa de los mil pedazos en los que alguna vez se me rompió el corazón; debo tener a la mano el botón de pánico, el botiquín de primeros auxilios y el protocolo en caso de emergencia, la charola de plata, la semilla, la tierra negra, fresca y húmeda y la cantidad adecuada de sol y de sombra; debo tener cuidado con el silencio y las palabras que uso para mí, uno es lo que se dice al oído.
Las palabras tienen fuerza, liberan energía, pueden llevarnos a la cima de la montaña, al fondo del mar o al borde de un abismo; abren puertas o nos ayudan a saltar por las ventanas.
Hay palabras que segregan, palabras que hacen incisiones profundas, palabras que nunca se olvidan; también hay palabras mágicas.
Me puse a pensar en las etiquetas, en los juicios sumarios, en la rapidez con la que lanzamos la primera piedra, en lo bueno y lo malo, en la alegría y la tristeza; me puse a pensar que aunque el vaso esté medio lleno sigue incompleto; estuve pensando en la naturaleza del éxito y la justificación del fracaso, en la proyección de nuestros propios errores, en la polarización de nuestros sentimientos, en las cosas que nos dijimos, en lo que nunca hablamos, en las mentiras que nos decimos a nosotros mismos y en cuánto de imaginación habrá en mis recuerdos.
Para llegar a donde voy debo estar consciente de lo que estoy pensando y sintiendo, de las elecciones que estoy tomando, de las consecuencias; debo recordar que cada día es una oportunidad para arreglarlo todo; debo detenerme, cerciorarme de estar en la dirección correcta, hacer una pausa cuando mis palabras no sean coherentes con mis estrellas, cuando me sienta rebasado, fuera de lugar o fuera de contexto.
Para llegar a donde voy sólo debo seguir caminando.