Ars poetica

He vuelto a escribir,
como un antiguo vicio que contraje de joven,
y soy un verso mojado,
caído de unos labios,
cayéndose en fragmentos de agua.

La primera vez que escribí fue por amor,
las mariposas en mi estómago migraron a mi frente,
en su lugar quedaron peces de colores,
algunas se posaron en mis manos.

Escribo desde que tengo uso de pasión,
en presente progresivo,
en futuro imperfecto,
en participio.

Escribo por impulso,
por convicción y por vicio,
a veces también por inercia.

Escribo sin mesura y sin miedo,
dejo que el cauce de mis dedos se derrame,
que el agua de entre mis manos
se desborde,
que todo me inunde,
que todo se ahogue.

He estado escribiendo de día y de noche,
antes de dormir y al levantarme;
no está bien,
ya lo había controlado.

Me he descubierto a las tres de la mañana
en busca de un verso,
nunca me he cuestionado por qué escribo,
pero sí me he preguntado de qué sirve.

Pensé que podía escribir cuando quisiera
y que cuando quisiera también
podría dejarlo.

Escribir es sencillo, pero no es fácil.
Escribir me dispersa y me esparce.

Lo que escribes no sólo te define,
te retrata,
te identifica.

El que escribe poesía
no lo hace por gusto,
tampoco es que lo haga a la fuerza,
pero lo hace por influjo,
bajo influencia.

Quería dejar de escribir,
pero ha estado lloviendo.

Supongo que algunas personas escriben por placer,
deciden cuándo escribir,
sin importarles si llueve,
si se hizo de noche
o si se tiene algo atorado
en alguna parte.

El poeta no tiene un lugar favorito,
una hora determinada,
el poeta no decide cuándo escribir,
escribe porque tiene que hacerlo,
a menudo se descubre escribiendo,
se encuentra.

Los poetas son locos,
esos que escriben,
que no saben hablar.
Los poetas se caen y se hacen pedazos,
se quiebran a cada rato,
se mueren a cada rato,
y a cada rato,
qué bueno,
renacen.

La poesía te toma por la espalda,
te tapa los ojos
y quiere que adivines
de quién se trata.

La poesía juega sucio,
te acorrala,
puedes decir que no,
pero no importa;
cuando la poesía te ha elegido
no puedes hacer nada.

La poesía hace conmigo lo que quiere,
sabe mis secretos,
me amenaza con decírselo a la gente,
me tiene en sus manos.

Tomé a la poesía trémula entre mis brazos,
me miró fijamente,
como si quisiera decirme algo.

No sé si sea poesía,
pero me toma de las manos
con la propiedad de quien toma
lo que es suyo.

Tal vez no he comprendido el Ars Poetica de Horacio.
Quizá he entendido mal todo esto de la poesía.

Etiquetas: Edición 70