El sueño invernal

Todos los animales invernantes se disponen de anttemano para la estación fría, comenzando por buscar un sitio adecuado, pues en algunos lugares si los sorprendiera desprevenidos el invierno, sin haber tomado las medidas oportunas, morirían helados.

 

Así, lo primero que hacen es buscar el lugar de refugio, algún sitio cerrado en que no puedan soplar los vientos y no sean muy perceptibles las variaciones de temperatura. Para lograrlo se valen de su maravilloso instinto, que asimismo les indica el modo de mantener su nutrición durante el letargo invernal.

El verdadero sueño invernal se produce en los murciélagos que se retiran a su sueño anual a fines del verano, cuando el alimento es aún abundante y fácil de conseguir. Su estado letárgico es tan profundo que si lo sumergimos en el agua resistirá cerca de hora y media, insensible y sin peligro de ahogarse. Lo mis sucede con los erizos, podemos hacer de ellos lo que se nos antoje, sin que despierten.

Los reptiles ofrecen curiosos ejemplos de sueño invernal. Mientras duermen algunas especies de serpientes durante el invierno, podemos tomarlas en la mano y examinarlas sin el menor peligro; no obstante, el experimento se debe hacer con cautela, pues algunas sacudirán su sopor y podrán causarnos daño. Los aficionados a estudios sobre esos animales pueden obtener preciosos datos si conservan reptiles en algún lugar que reúna las mismas condiciones que los parajes en que éstos suelen habitar. Cabe citar el caso peculiar de las serpientes de cascabel o crótalos, que recorren en otoño kilómetros y kilómetros, tan sólo para regresar a la guarida donde nacieron. Es decir, todos los individuos de la misma familia, sin tener en cuenta la distancia de los sitios en que durante el verano han provisto a su vida, se reúnen en el mismo lugar a la llegada del invierno, para pasarlo juntos.

Apenas inicia el otoño, las ranas se sumergen en los estanques y pantanos, se posan en el fondo y, enterrándose luego entre el lodo, quedan a salvo y al abrigo durante los días fríos y de ayuno forzoso del invierno. Si despertásemos a una rana dormida, la veríamos alejarse nadando perezosamente y pararse de nuevo entre el lodo para reanudar el sueño interrumpido, lo cual ocurrirá casi instantáneamente, pues todos los animales de sangre fría pasan con extrema facilidad y rapidez de la vigilia al sueño, en lo que se diferencian considerablemente de los animales de sangre caliente, cuya transición es más lenta. Las lagartijas se preparan un lecho debajo de las piedras, entre la hojarasca seca, en agujeros de árboles u otros sitios parecidos. Los que ocupan un lugar inferior en la escala de los animales, como el caracol y la babosa, se ocultan en agujeros en la tierra; también en ella, y a mayor profundidad, se esconden los gusanos para escapar a las crudezas de la escarcha.

Pero los caracoles toman dobles precauciones. Además del escondrijo que preparan en la tierra, gracias a su habilidad y vivo instinto de conservación, construyen un grueso cierre que tapa herméticamente la abertura de su concha, pero como necesitan aire para respirar, dejan abierto un orificio pequeñísimo, y pasan sin alimentarse todos los meses del invierno. Algunos peces suelen también ocultarse en hondos agujeros o en el cieno y permanecer allí como aletargados.

Hasta aquí hemos considerado las costumbres de algunos animales de sueño rigurosamente invernal; pero hay otros cuyo sueño no es tan regular y prolongado, como la inquieta y elegante ardilla. Este animalito, después de hacer acopio de provisión para el invierno, se esconde en su guarida y se entrega al sueño. Despertando algún tiempo más tarde por la suave temperatura de ciertos días invernales, o por la acción del corazón y los músculos durante el proceso de la asimilación de las materias nutritivas acumuladas de antemano, recurre a su depósito de nueces, castañas y otras frutas secas; hace una abundante comida, y luego se enrosca perezosamente, para echar otro sueño en su blanda y caliente madriguera.

A imitación de la ardilla, la marmota recoge heno durante el verano, para no encontrarse desprovista de comida en invierno. Estos animales son de muy diferentes grupos; pero en todos ellos encontraremos motivos para admirar su extraordinaria previsión.

La Naturaleza ha enseñado sabiamente a los animales la necesidad del sueño invernal, y ellos, ayudados por la experiencia y por su poderoso instinto, han aprendido magistralmente tan útil lección.

Cuando brilla el sol y soplan las templadas brisas, salen de sus escondites para disfrutar la caricia de los rayos solares.