Sabías que...

¿Qué pasaría si viviéramos en un mundo sin olores, colores, sonidos, sabores?

Siempre hemos considerado a los sentidos como una puerta de acceso al mundo exterior, a través de los cuales exploramos nuestro entorno y obtenemos información básica para poder salvaguardar nuestra existencia. Aristóteles clasificó estos radares naturales en cinco: vista, oído, gusto, tacto y olfato.

¿Pero qué pasaría si todo aquello que creemos ver, saborear, tocar, oler, oír, fuera una invención de nuestro cerebro? Descartes afirmaba que no podíamos fiarnos de los sentidos para conocer el mundo, ya que no son simples captadores de la realidad: transforman los fotones en imágenes, las vibraciones en sonido, y las reacciones químicas en olores y sabores. Tampoco las percepciones que recrea el cerebro a partir de esos estímulos identifican el mundo que nos rodea tal cual es.

Según el psicobiólogo Ignacio Morgado en su libro Cómo percibimos el mundo: “Para cada uno de nosotros, lo más importante es lo que percibe nuestro cerebro, lo que sentimos, lo que captamos de eso que llamamos realidad, que no es otra cosa que un concepto filosófico; el medio en que vivimos es pura materia y energía.”

Algunas personas padecen Agnosia (del griego ἀγνωσία: «desconocimiento»), que es la incapacidad de procesar la información sensorial. Es difícil imaginar la vida de una persona que no reconoce objetos de uso cotidiano, que no se ubica en el espacio, que percibe el mundo que le rodea en constante movimiento o que vive en un mundo sin olor. La agnosia se asocia con daños cerebrales o enfermedades neurológicas.

Existen muchos tipos de Agnosia, desde personas que tienen imposibilidad de reconocer la cara de conocidos o la suya propia; algunas que no pueden identificar objetos a través del sonido, como un teléfono que suena; u otras incapaces de clasificar los colores; o distinguir una sensación gustativa; hasta aquellas que no sienten que partes de su cuerpo, como una pierna o un brazo, sean suyos.

Los pulpos hembras mueren después de nacer sus crías

Los pulpos son animales semélparos, lo que significa que se reproducen solo una vez y luego mueren. Después de poner un puñado de huevos, inexplicablemente, la hembra deja de comer y se consume. Cuando los huevos eclosionan, ella muere. Científicos dan testimonio de que algunas hembras en cautiverio incluso parecen acelerar intencionalmente el proceso, golpeando los lados del tanque con su cuerpo, arrancándose trozos de piel o comiendo las puntas de sus propios tentáculos. Y los machos no lo tienen más fácil. Las hembras a menudo matan y comen a sus parejas. Si no es el caso, ellos mueren también unos meses más tarde.

Jerome Wodinsky, psicólogo de la Universidad de Brandeis (Massachusetts, EE.UU.) demostró en 1977 que si eliminaba la glándula óptica de las hembras del pulpo de dos manchas del Caribe (Octopus hummelincki), estas parecían esquivar su fatal destino abandonando sus huevos, volvían a comer e incluso se apareaban de nuevo. En ese momento, Wodinsky y otros biólogos de cefalópodos llegaron a la conclusión de que la glándula óptica debía secretar algún tipo de hormona de «autodestrucción», pero no estaba claro qué era o cómo funcionaba.

Un nuevo estudio realizado por neurobiólogos en la Universidad de Chicago ha utilizado herramientas modernas de secuenciación genética para describir varias señales moleculares distintas producidas por la glándula óptica de la hembra del pulpo después de la reproducción. Publicado en la revista «Journal of Experimental Biology», el estudio también detalla cuatro fases separadas del comportamiento de la madre y las vincula a estas señales, lo que sugiere cómo la glándula óptica controla el fallecimiento.

Significado de la Flor de Cempasúchil en las ofrendas

Cempohualxochitl, mejor conocida como flor de Cempasúchil, de origen náhuatl, significa “flor de veinte pétalos”. La tradición de decorar las tumbas y ofrendas con esta flor surgió en la época prehispánica como un símbolo de la vida y la muerte, ya que se cree que su aroma y su color tan intenso como el Sol guía a los muertos hasta el banquete que los espera en la ofrenda de Día de Muertos.

Fue tan importante para los mexicas que en relación a ésta se han creado varias leyendas. La más conocida es la de Xóchitl y Huitzilin, dos jóvenes que se amaban profundamente, y todas las tardes subían a una montaña a llevarle flores a Tonatiuh, el dios del Sol, ante el cual juraron amarse para siempre.

Sin embargo, tiempo después, la guerra separó a la pareja. Más tarde, Xóchitl se enteró que Huitzilin había muerto. Destrozada por su pérdida le pidió al dios Tonatiuh que la reuniera con su amado. Entonces, el dios dejó que sus rayos cayeran sobre ella y se transformó en una flor de color amarillo intenso, como la luz del mismo Sol. Minutos después, un colibrí se posó en el centro de la flor, la cual se abrió en 20 pétalos. Según la leyenda, el ave era la reencarnación de Huitzilin. Los enamorados estarían siempre unidos mientras existieran flores de cempasúchil y colibríes en los campos mexicanos.

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