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Las serpientes son los animales más peligrosos

Las serpientes son animales majestuosos y a pesar de no tener patas, garras o alas, algunas especies son de los animales más peligrosos del mundo. Mientras que la serpiente más pequeña que existe apenas alcanza los 10 centímetros, la serpiente más grande sobrepasa los 10 metros de largo.

Aunque tienen colmillos filosos no pueden masticar, por lo que tragan a sus presas enteras y luego las desintegran en un complejo proceso digestivo. El taipán australiano tiene la toxina más devastadora jamás descubierta en un ofidio.

En 1950, Kevin Budden, un herpetólogo aficionado, consiguió atrapar un gran taipán que devoraba una rata cerca de Cairns. Cuando intentaba meterla en un saco, se soltó y lo mordió en un dedo; fue trasladado a un hospital, pero murió dos días después. El taipán, el primero de su especie capturado vivo, se envió a los laboratorios serológicos de la Commonwealth en Melbourne, donde le fue extraído el veneno -un cóctel letal de neurotoxinas, miotoxinas y hemotoxinas capaz de matarte en menos de media hora- y gracias a ello se logró el antídoto.

En Australia viven más de sesenta tipos de serpientes venenosas, todas ellas elápidos, el mismo grupo al que pertenecen las mambas africanas y las cobras. Alrededor de media docena están entre los ofidios más venenosos del planeta; y uno de ellos, el taipán del interior (Oxyuranus microlepidotus), tiene el veneno más devastador jamás descubierto en una serpiente: cincuenta veces más mortífero que el de la cobra (con una sola mordida podría matar a cien personas o a doscientos cincuenta mil ratones). A pesar de la potencia de su veneno, el taipán del interior es un reptil tímido y discreto que vive en las remotas regiones del centro del país, por lo que sus encuentros con los humanos son muy raros. No ocurre así con el taipán de costa (Oxyuranus scutellatus), la especie que picó a Kevin Budden, mucho más agresiva, que además vive en las zonas costeras de Australia.

Newton cambió la historia de la Física durante una cuarentena

A lo largo de la historia, la humanidad ha tenido que estar sometida a diversos tipos de cuarentenas domiciliarias a causa de alguna epidemia. Durante la peste, por ejemplo, el confinamiento en casa y el distanciamiento social seguramente favoreció a genios como Shakespeare o Newton para que, rodeados de tiempo, tranquilidad, silencio y otros elementos impropios de la agitada vida social, llevaran a cabo algunas de sus obras maestras.

En Japón existe un fenómeno único en el mundo en el que generalmente adolescentes deciden enclaustrarse en su habitación y no salir durante semanas o meses, el Hikikomori. También en occidente estamos habituados a casos de monjes u otros que deciden convertirse en anacoretas, aislándose durante un tiempo o para siempre del mundo. Pero es la primera vez en la historia reciente que muchos de nosotros nos vemos obligados a permanecer mucho tiempo entre cuatro paredes.

Quizá podamos tomar algo de motivación de otras historias de cuarentena cuyos resultados fueron más que notables. Es el caso de Isaac Newton, que durante la cuarentena por la plaga de 1665, hizo algunas de sus mayores contribuciones a la Física.

Newton tenía poco más de 20 años cuando la Gran Plaga de Londres asoló la ciudad. Era solo otro estudiante universitario en el Trinity College de Cambridge. Y para procurar el distanciamiento social, Cambridge envió a los estudiantes a casa para continuar sus estudios. Para Newton, eso significaba ir a Woolsthorpe Manor, la finca familiar a unos kilómetros al noroeste de Cambridge. Adquirió entonces algunos prismas y experimentó con ellos en su habitación, llegando incluso a hacer un agujero en sus persianas para que solo pudiera pasar un pequeño rayo. De ello surgieron sus teorías sobre la óptica.

En Londres, una cuarta parte de la población moriría de Peste entre 1665 y 1666. Fue uno de los últimos brotes importantes en los 400 años que la Peste Negra devastó Europa. Newton regresó a Cambridge en 1667, teorías en mano. Dos años después, se convirtió en profesor.

Por su parte, durante una cuarentena de la plaga de 1605, William Shakespeare escribió Macbeth y El Rey Lear. La plaga cerró los teatros de Londres. Shakespeare sintió que escribir era la mejor forma de aprovechar su tiempo. “Esto significaba que sus días estaban libres, por primera vez desde principios de la década de 1590, para colaborar con otros dramaturgos”, escribe James S. Shapiro en su libro The Year of Lear: Shakespeare in 1606.

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