El ser humano en tiempos de pandemia
Atravesamos momentos sin precedentes, todo se detiene allá afuera y lo externo nos obliga de pronto a quedarnos en casa, aislados en cierta manera de los demás, empero, más cerca de nosotros mismos. Hecho complejo estando tan acostumbrados a alienarnos en los vaivenes de la tecnología y del contacto virtual. Nos interesamos tanto en lo que hacen los otros que, en estos momentos de crisis, el distanciamiento puede representar una verdadera oportunidad de hacer introspección y de despertar hacia lo que realmente importa.
En psicología, la introspección es la capacidad reflexiva que poseemos los seres humanos para volvernos conscientes de nuestros estados mentales. ¿Tengo miedo? ¿Me siento vulnerable? ¿Necesito llorar?
Es importante ser capaz de mirar de cerca las emociones que experimentamos y, sobretodo, aceptarlas sin juzgarlas, pues eso es parte de nuestra humanidad, esa que ya estábamos perdiendo por ese ritmo acelerado propio de nuestras sociedades capitalistas, donde nuestros valores más humanos van escaseando y un día de pronto... el papel de baño se vuelve lo más indispensable. ¡Qué gran desabasto!
A decir verdad, nuestra humanidad ya estaba en tela de juicio, en un mundo donde los intereses económicos son más poderosos que los humanos. Pero de pronto, todo se detiene y empiezo a leer -otra vez en redes sociales- a alguno de mis amigos preguntándose si acaso estaremos cumpliendo nuestros sueños y entonces, ¡BUM! algo resuena en el inconsciente colectivo de la gente que se pone a reflexionar y a escribir sobre ello... gente haciendo introspección.
Pareciera que cuando todo se detiene y nos instalamos en el presente, somos capaces de pensar con más claridad.
Y es que siempre estamos ocupados en el trabajo, esforzándonos para poder comprar ropa y artículos que muchas veces no necesitamos. Preocupados por el futuro que tal vez nunca llegue o angustiados por el pasado que nunca volverá. ¿Y el momento presente? ¿En ese cuándo nos instalamos?
Las aguas agitadas de nuestra mente nos dan raramente tregua y, con la sobresaturación tecnológica, dejamos de apreciar lo esencial: el sonido de una manzana al morderla, el color naranja de un jugo de zanahoria, la calidez de la voz de un ser querido, la textura suave del pelo de nuestros animales de compañía que nos miran con unos ojos ávidos por una caricia.
Mi padre me dijo recientemente que de las adversidades el ser humano desarrolla una capacidad creativa inmensa y poderosa. Considero que dicha capacidad debe resultar evidentemente de la necesidad del ser humano de satisfacer sus necesidades más básicas, pero también del hecho de ser capaces de instalarnos en el presente, en el aquí y en el ahora. Es ahí donde tenemos que quedarnos para hacer frente a lo que estamos pasando.
En estos tiempos, más que nunca, regresa al momento presente. Respira profundo al menos una vez al día con consciencia plena de tu cuerpo, de su rigidez y de su progresiva relajación. Medita, baila, canta, dibuja, toca guitarra si sabes hacerlo y dale tiempo de calidad a tus seres amados, aún en la distancia.
Anda con la misma serenidad con la que un pájaro emprende su vuelo, y transfórmate como una flor, en tu mejor versión. Para que cuando todo esto haya terminado podamos valorar la belleza de las cosas simples y comprender mejor aquello que nos vuelve « humanos ».
Y recuerda, en tus momentos vulnerables, no estás solo. Pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de fortaleza.
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