El Xibalbá Cósmico
Hasta donde sabemos, nuestro Universo seguirá expandiéndose indefinidamente, creciendo hasta que cada galaxia, cada estrella y objeto en él consuman la última energía posible. Al final, ni una sola pizca de luz quedará por ninguna parte. El Cosmos entrará en una especie de Xibalbá, ese reino oscuro que los mayas concebían en las cuevas, en el inframundo, y que era el lugar de los dioses de la muerte.
Este panorama podría resultar desalentador y angustiante para muchas personas, pero no hay nada de qué preocuparse: el final del Universo está trillones de trillones de trillones de años en el futuro.
El comienzo del Cosmos ocurrió hace unos 13,800 millones de años con el evento que todos conocemos como Big Bang, un nombre que de forma errónea nos invita a creer que ya había “un lugar” cuando el Universo nació. En realidad, por difícil que parezca, el Cosmos literalmente se formó y creció a partir de ese instante, tanto en espacio como en tiempo. Nuestros modelos físicos y matemáticos funcionan bastante bien para explicar mucho de lo que que vemos después de los primeros instantes del Big Bang, pero fallan cuando se intenta ir “antes” (asumiendo, desde luego, que hubo un “antes”).
A lo largo de estos casi 14,000 millones de años, el Universo ha crecido en tamaño y algunos de materiales originales se han ido transformando gracias a las reacciones nucleares que ocurren durante y al final de la vida de las estrellas. El ejemplo más cercano lo tenemos a escasos 8 minutos luz: en el Sol.
Nuestra estrella nació hace unos 4,500 millones de años y se encuentra más o menos a la mitad de su vida. A pesar de ser el astro más importante y del cual dependemos todos los seres vivos, el Sol es una estrella común y corriente entre las cientos de miles de millones en nuestra galaxia; no tiene nada de especial. Es más, situados en otra estrella cercana, seguro nuestro sol pasaría desapercibido sin mucho problema en el cielo nocturno de ese otro lugar.
Pero eso cambiará un día. Dentro de unos 4,000 millones de años, nuestra estrella iniciará procesos de reacción nuclear que la harán más grande y más roja, tendrá momentos de enorme complejidad y arrojará bocanadas de gas hacia todos lados. Llegará el momento en que por su tamaño se trague a Mercurio, luego a Venus y probablemente llegue hasta la Tierra. Al final, el interior de Sol será tan inestable que terminará expulsando casi todo su material y dejará solamente su núcleo blanco y caliente, algo que los astrónomos llamamos enana blanca. El Sol habrá muerto, pero a su alrededor dejará capas y capas de gases multicolores de diversos elementos químicos. Una escena hermosa vista desde lejos.
Por otro lado, las estrellas realmente grandes, decenas de veces más grandes y masivas que el Sol, tienen una muerte violenta. Al final de sus días, se vuelven igual de inestables que las estrellas pequeñas, pero en este caso, las masivas implotan en segundos, como un edificio colapsando. Esto produce una onda de choque desde el interior, que termina empujando hacia afuera casi todo el material de la estrella. La explosión resultante es tan violenta que genera la luz y energía equivalente a cientos de millones de estrellas juntas; es lo que conocemos con una supernova.
Las galaxias también tienen sus días contados. Esos conglomerados de cientos de miles de millones de estrellas, gas y otros objetos, están destinados a fusionarse tarde o temprano. Además, las galaxias que producen estrellas al por mayor, algún día dejarán de hacerlo y se quedarán para siempre con las mismas estrellas viejas, hasta su muerte por falta de combustible nuclear.
Al igual que nosotros, los objetos en el Universo tienen un destino ineludible. Los átomos que nos forman vivirán mucho tiempo más, billones de billones de billones de años, pero aun así llegarán a evaporarse o transformarse espontáneamente en luz, que un día se apagará sin dejar rastro.
Un Xibalbá cósmico es real, pero ahora más que nunca, podemos comprender su naturaleza. A falta de elementos más certeros y confiables, la ciencia sigue siendo la lámpara que nos revela los inframundos, es la luz que ilumina nuestro entendimiento y nos guía por senderos donde los dioses y demonios míticos aparec