La realidad nos convoca a mirar al cuerpo para encontrar a un otro

Resulta imprescindible estrechar lazos, más bien, recordar saberes y haceres en un mundo de espacios y tiempos colmados de tecnología, preocupaciones y expectativas. Comenzamos a perder de vista los aspectos básicos de la crianza frente a lo cual no es primordial preocuparnos, más bien ocuparnos garantizando a nuestros niños un mejor desarrollo así como calidad en los vínculos dentro y fuera de nuestro hogar.

La realidad que vivimos convoca a familias y educadores a trabajar juntos tras la misión de crear en cada día la oportunidad de compartir, aprender, disfrutar, y crecer, permitiéndole al niño disponer de un espacio y tiempo aislado de la rutina y la preocupación, colmado de exploración, descubrimiento y autonomía; tarea que no es simple, pero comienza con brindar un espacio y tiempo de juego para el cuerpo y con su cuerpo, espacio y tiempo que le permita seguir siendo niño.

Pero ... ¿qué más?

Nuestras profesiones, la Educación Especial y la Psicomotricidad nos permiten abordar el desarrollo psicomotor, la educación y el acompañamiento familiar, partiendo de la base de transformar el organismo en cuerpo, lo cual implica transformar la mirada... ¿Qué miramos? ¿Cómo miramos? ¿Cómo nos predisponemos a lo que miramos?...

Solemos tan solo “ver” y en función de esto nos enfocamos en lo que falta, en el trastorno o en la discapacidad. Vemos tras lo ideal y la expectativa, incluso valoramos lo que vemos a partir de tablas e índices de desarrollo que nos dicen cuáles son las habilidades a adquirir mes a mes, como si esto fuera lo más importante. Algo nos estamos perdiendo... ¿Qué no estamos mirando?

Tenemos por misión humanizar la mirada, transformando la acción del VER en el acto de MIRAR, donde está implicada la intención tanto corporal como emocional. Dejar de ver un síntoma, para encontrarnos con un cuerpo, con un niño. Atrevernos a mirar más allá de lo superficial, de lo aparente; mirar el fondo, visible solo para aquel que esté predispuesto a mirar.

El niño nos enseña de sí mismo, exponiendo su propia historia en su hacer cotidiano. El niño es niño, incluso más allá de la existencia de un trastorno o discapacidad, por ende sería bueno comenzar por mirar intencionadamente, dejarnos sorprender con su individualidad, encontrarla, conocerla y aceptarla. A partir de ahí construir aprendizaje y adquisiciones, juntos.

Como dijimos en la nota pasada, todo niño debe vivenciar y aprender su cuerpo y el mundo por sí mismo. Esto implica, en primera instancia, permitirle ser y hacer; con ello damos lugar a un aspecto igual de importante en la crianza, nuestro propio ser y saber puesto de manifiesto tras un hacer. De nada sirve ofrecer el espacio y el tiempo para el desenvolvimiento del pequeño durante la infancia, si no lo sostenemos y acompañamos de modo adecuado, otorgando el lugar que el cuerpo merece y que a él le corresponde; lugar que seguramente no es el que nosotros queremos, sino el que tan solo es cuando lo dejamos aparecer.

El niño predispone su cuerpo y todo de sí; a nosotros, nos compete permitir que este tome su lugar y resonar con ello, brindar un espacio de intercambio y contención donde este sea esperado, escuchado y tocado de modo respetuoso y amoroso tras la mirada, la palabra y el contacto. Permitir vivenciar la fantasía, el deseo, el impulso, la espera, la emoción, el temor y la frustración. Dando respuesta empática a este cúmulo de vivencias. Solo así, siendo significadas, poniéndole palabra, mirada e intención podrán éstas ser elaboradas y transformadas en algo más, permitiendo un óptimo desarrollo.

No resulta necesario ni favorable jugar el cien por ciento del tiempo con el niño, ofrecerle todo lo que tengamos a nuestro alcance, incluso lo que no tenemos para otorgarle bienestar, menos aún jugar por él. Por el contrario, hablamos de la necesidad de predisponernos enteramente al momento que elegimos compartir con él, tanto emocional como corporalmente, para que el tiempo que le brindamos sea de calidad, con el material que tengamos, con el espacio que dispongamos, incluso con los límites necesarios. Nuestra entera presencia brindará al pequeño un sinfín de posibilidades, vivencias y aprendizajes, y de este modo habilitaremos también la presencia de un cuerpo, de un niño.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando no disponemos del tiempo para compartir el juego, el hacer?... Resulta necesario disponernos también emocional y corporalmente a través de las mismas herramientas que ayudarán al pequeño y acompañarán su hacer pero desde otro lado, en este caso, desde la distancia. Ponemos entonces en juego límites y transgresiones, autorización y desautorización. He aquí la importancia de seguir dando presencia al cuerpo, al niño, hacerle saber que seguimos estando, tanto él como nosotros.

Creemos entonces que la palabra toca, la mirada acompaña, la actitud y la postura autorizan y ponen límite. El cuerpo, el entre dos, mirar, oír, esperar para el encuentro con el otro, ya sea en la cercanía o en la distancia. Esto es lo que otorga significado, presencia y habilita a la aparición de un cuerpo real, en este caso la aparición real del niño y solo a partir de ahí lograremos el aprendizaje, generando nuevos y mejores modos de vincularnos.

Por: Natalia Alioto

Lic. en Educacion Especial

y Antonella Cravero

Psicomotricista

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