Un plan perfectamente improvisado

Dicen que lo mejor de la vida no se planea, que simplemente sucede, y en parte es cierto; a menudo suceden cosas positivas sin que uno lo haya planeado, como por ejemplo estar en el lugar y el momento adecuados, ganarse un premio, reencontrarse con un gran amor o coincidir con un viejo amigo; este tipo de eventos no pueden planearse, en efecto son fascinantes pero creo que distan de ser lo mejor de la vida. También dicen que todo lo planeado sale mal y que lo inesperado es mejor, pero tampoco creo esa premisa; la muerte, la enfermedad y los accidentes son inesperados y no son lo mejor, sino todo lo contrario.

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Momentos que duran toda una vida

Me puse a pensar en la felicidad, en lo imperativo que resulta buscarla, donde sea que ésta se encuentre, y en lo complicado que podría ser distinguirla por ejemplo de la alegría o el éxito, en cualquiera de sus acepciones, la satisfacción, el placer e incluso el amor, porque no necesariamente son lo mismo.

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Fuera de contexto

Para llegar a donde voy necesito saber el número exacto de círculos que no he cerrado, la ubicación precisa de los mil pedazos en los que alguna vez se me rompió el corazón; debo tener a la mano el botón de pánico, el botiquín de primeros auxilios y el protocolo en caso de emergencia, la charola de plata, la semilla, la tierra negra, fresca y húmeda y la cantidad adecuada de sol y de sombra; debo tener cuidado con el silencio y las palabras que uso para mí, uno es lo que se dice al oído.

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